¿Aniquilar la identidad o aceptarla?

Fecha: 20 de agosto de 2019 Categoría: Casa de Empeños Comentarios: 0
Resulta curioso que tantas disciplinas que podríamos llamar «espirituales» pugnen por la aniquilación del «yo», es decir, del ego. Así lo promueven movimientos o doctrinas tan apartadas como las enseñanzas de Baal Shem Tov (judaísmo jasídico), los apasionantes delirios de Carlos Castaneda, las enseñanzas gnósticas o incluso el pensamiento de filósofos como Pascal. Podríamos encontrar decenas de ejemplos adicionales,.
 
Tan obsesiva convicción lleva a muchos a interpretar que el camino al conocimiento verdadero sólo puede provenir de la negación de todo aquello que nos da identidad, con el fin de acceder a la «verdadera sabiduría». Desconfío de tales convicciones, pues muchas veces tienen origen en una profunda obsesión.
 
No niego que tales posturas tengan algo de razón, pues muchas veces el «yo», o mejor dicho, los muchos «yo» que moran en nuestra conciencia, se convierten en un estorbo para el aprendizaje y hasta para la más simple convivencia con los demás.
 
No olvidemos que el «Yo» puede ser resultado de malas experiencias, de conflictos, de tercas afirmaciones contra las resistencias de la vida cotidiana, a tal grado que ese «yo» se vuelve un lastre de la conciencia.
 
Pero el «yo» también es nuestra identidad: esa compleja construcción de la personalidad que brinda un instrumento de supervivencia. Es una respuesta de la psique frente a la multitud que parece negarnos. Es la afirmación que somos importantes, al menos para nosotros mismos y tal osadía puede sostener al ser para evitar su caída. .
Por ello, creo que en lugar de promover la destrucción de nuestra identidad sería mejor aceptarla, pues fue útil en nuestro recorrido. Una vez aceptada podríamos comenzar a perfeccionarla, apartando de ella los malos modos acumulados como sedimento, para acceder a lo mejor de nuestras potencialidades.
 
Después de todo, no por destruir lo que somos llegaremos forzosamente a ser mejores..
 
En efecto, quizás lo que somos no es tan malo: nos fue útil en ciertos momentos y, al menos por eso, merece cierto respeto.
Por eso, cuando leo o escucho opiniones en contra de mi «yo», de mi ego, siento una profunda desconfianza.
Que sean otros los que aniquilen su identidad y corran a encontrar lo que piensan que es la verdad, desposeídos de rostro.
Ya me platicarán cómo les fue, si es que acaso los reconozco.
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