Veo un documental en el canal 22 sobre Andrés Henestrosa. Alaba a la mujer del Istmo, su belleza, su forma de caminar. Mientras deambula por las calles de Oaxaca chulea a una bailarina ataviada con las galas de su danza y le pide un beso. Ella se acerca y se lo da. No puedo imaginar una imagen más clara del éxito, del gozo de la vida: un beso dado con gusto a un hombre que ya pasaba de los noventa y seguía alabando la belleza de las mujeres de su tierra. Bendito sea. Grata memoria para él. Volveré a leer «Los hombres que dispersó la danza» o algunos de los sabrosos apuntes de su «Alacena de minucias» para rendirle homenaje el día de hoy, nada más por el gusto de recordarlo.