¿El final es arrepentimiento o confirmación?

Fecha: 25 de mayo de 2018 Categoría: Casa de Empeños Comentarios: 0

La serie Los Soprano, producida por David Chase, fue una revelación: los adictos a las series encontramos que se podía lograr una historia a ritmo lento, con notas de buen humor, pero inteligente y profunda al mismo tiempo. No es casual que la revista Rolling Stone la considerara, en algún momento, el mejor programa de televisión de todos los tiempos. Abrió la puerta a series como Mad Men, Dexter, Breaking Bad y, por supuesto, la magnífica Boardwalk Empire.

Fue también la oportunidad de adentrarse un poco en la vida cotidiana de un mafioso, Anthony “Tony” Soprano (James Gandolfini, por desgracia fallecido en 2013) que a pesar de su naturaleza antisocial y depredadora no está libre de los problemas cotidianos de cualquier jefe de familia: una esposa que da sus problemas, unos hijos en plena crisis adolescente, una madre trastornada y agresiva, un tío inteligente pero poco confiable, en fin. Se trató de un personaje a la vez repulsivo y atractivo, capaz de brutales muestras de violencia y de penosas expresiones de fragilidad.

La serie logró capítulos de gran valía en sus seis temporadas y sólo me decepcionó un poco en su final, ambivalente y enredoso. Pero, dentro de todo lo rescatable, quisiera quedarme aquí con la imagen de Corrado “Junior” Soprano (interpretado por el estupendo Dominic Chianese), tío de Tony, el protagonista, que en los capítulos finales enfrenta la degeneración del Alzheimer y, con ella, el olvido de los rostros familiares, de lo bueno y lo malo, de la propia identidad, mientras se consume en un asilo.

En ese momento de penoso abandono, el sobrino mafioso llega a despedirse. El tío no recuerda nada, ni siquiera sabe quién es el tipo que tiene enfrente, pero reacciona a una frase casi dicha en un susurro: “This thing of ours” (esa cosa nuestra), expresión que designa a la mafia norteamericana de ascendencia italiana. La mirada del viejo se ilumina y pregunta: “¿yo fui parte de eso?”. El sobrino responde que sí, que él y su hermano controlaron a la mafia del norte de New Jersey. Entonces el viejo responde: “me da gusto”, antes de retornar a la mirada extraviada y a las tinieblas de su mundo interior.

¿Es eso posible?

¿Al final de la vida un mafioso sigue orgulloso de su estilo de vida en lugar de arrinconarse en el arrepentimiento?

¿No llega el momento de temer el castigo divino por los homicidios, los yerros, los dolores y males causados a lo largo de una vida criminal?

Para el personaje de Corrado no. Aún en el momento del deterioro mental es capaz de expresar satisfacción por formar parte de algo importante, así sea una organización tenebrosa y delictiva.

Quizás se trate de una tipología humana: el ser antisocial, que aún en el momento final se enorgullece por ser un victimario en un camino lleno de víctimas. Algo aterrador en nuestros tiempos, donde los antisociales parecen dispuestos a trastornar la vida de los demás, causando todo el dolor posible.

Lo más aterrador es que quizás jamás se arrepientan: sólo confirmarán su retorcido credo en sus últimos días.

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