El Gato Negro

Fecha: 23 de junio de 2020 Categoría: Casa de Empeños Comentarios: 0
Caminaba en calles vacías, como lo hago cuando puedo, un poco por ejercicio y otro tanto para dar oportunidad al recuento y la reflexión. Me acercaba a mi casa cuando descubrí en una esquina un pequeño bulto. Avancé con cuidado. Era un gato negro que acechaba. Me gustan los gatos, así que lo miré con simpatía. Él también me miró con unos extraños ojos color naranja. Estaba por seguir caminando cuando el gato habló, con una voz aguda, casi quebrada, que erizó hasta los vellos de mis brazos.
 
―Rubén, si sigues caminando me cruzaré en tu camino y todo te irá mal. Pero hoy me siento benévolo y decidí advertirte. Si me pides piedad no cruzaré y te dejaré seguir tu camino.
 
Las palabras, condescendientes, me cayeron mal, tanto que se me pasó el susto de inmediato. No me gusta cuando alguien me lanza una amenaza y la disfraza con una dádiva, como si me hiciera un favor. Es un defecto que tengo. Eso me provoca muchos problemas, pero bueno, así soy y cruzo por una edad en la que no puedo ser de otra forma, así que le respondí.
 
―No me interesa tu benevolencia, estimado gato. Y no me gusta pedirle piedad ni perdón a nadie, sólo a Dios. Así que muchas gracias, pero no acepto tu advertencia.
 
La sombra negra me respondió:
 
―No me digas gato, como si fuera algo cualquiera. Mejor di mi nombre: Fatalidad. Quizás sabes que cuando me atravieso en el camino de alguien todo puede ir muy mal. Pude cruzar en tu camino y no lo hice, pues veo que amas a los gatos y los alimentas en la noche. Pero, en fin, eso me gano por ser amable.
 
Eso de ostentar amabilidad en ciertas circunstancias, quisiera anotar aquí, es una táctica de intimidación de quienes intentan manipularnos. Detesto esa falsa amabilidad, sobre todo cuando se acompaña de una sonrisa irónica. Como estaba oscuro no podía ver con claridad la sonrisa del gato, pero la intuía. Así que le dije:
 
―Mira, Fatalidad, como fuiste amable también lo seré contigo y te confesaré una cosa: soy un tanto supersticioso y si bien amo los gatos no puedo soportar que uno negro se cruce en mi camino. Cuando eso sucede le doy un patadón aterrador que puede arrojarlo muchos metros, nada más por las dudas. Con eso siento que equilibro el marcador. Así que ten cuidado Fatalidad, quizás si me cruzas te pueda alcanzar y de la patada que daré te arrancaré mínimo seis vidas de golpe. Incluso todas.
 
El gato abrió mucho sus ojos anaranjados y me miró con cuidado, como calculando si lo que yo decía era verdad o un alarde. En un instante se levantó y dio la impresión de estar a punto de cruzarse en mi camino, pero algo lo contenía. Parecía dubitativo. Entonces dijo:
 
―Soy muy rápido. Tu ya no estás en los mejores años. Cruzaré y no me alcanzarás a tocar.
 
Hice un poco hacia atrás mi pierna derecha, para prever algún salto repentino de Fatalidad, y le dije:
 
―Quizás ya no sea el joven que fui, pero vaya que pego duro Fatalidad, sea con los puños o con las piernas, Ya lo han probado muchos que quisieron calarme a lo largo de los años. Así que tú tienes la última palabra.
 
Fatalidad me miró otra vez, como escudriñando. Volvió a sentarse como se sientan los gatos y dijo con parsimonia, con esa voz aguda que sacudía la piel:
 
―Bien Rubén, pasa. Este día no quiero jugar a las vencidas contigo. Esperaré por aquí a otra persona. Hay alguien que suele deambular por aquí y que es muy grosero con los pobres gatos del baldío cercano. Mejor me cruzaré en su camino y no en el tuyo.
 
Caminé entonces, di la vuelta a la esquina y me alejé de Fatalidad. Volví a mirarlo cuando ya me alejaba. Seguía en la esquina, mirando hacia el otro sentido e ignorándome por completo. Me imagino que se quedó esperando al otro incauto.
 
Pobre Fatalidad. Ignora que soy experto en alegatos y de joven hasta fui campeón nacional en esas cosas. Eso sí, patadas nunca supe pegar, ni siquiera a los balones en los partidos del recreo, pero algo tenía que decir en esa esquina en la oscuridad.
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