La energía no se crea ni se destruye. Tampoco se transforma. Basta que se vaya la luz para darnos cuenta: simplemente se va hasta que vuelve
La energía no se crea ni se destruye. Tampoco se transforma. Basta que se vaya la luz para darnos cuenta: simplemente se va hasta que vuelve
Albert Einstein se sentía como un niño que penetra en una biblioteca inmensa llena de libros escritos en idiomas extranjeros. El niño no puede entender la mayor parte de lo que dicen los libros, pero presiente o sospecha que existe un orden misterioso en su disposición. Un orden que de momento se le escapa, pero que sabe que existe y que si logra insistir terminará por descubrir.
Isaac Newton comparó nuestra búsqueda de las leyes esenciales de la naturaleza con un niño que busca una piedra especial, bella por su color y forma, en medio de una playa inmensa… ¿Tú lo intentaste alguna vez? Encontrar una piedra que sea tal y como la imaginas, de ese color especial para ti, en una playa donde abundan las piedras pero ninguna es completamente de tu gusto. Así les sucede a los científicos. Saben que existe o suponen que debe existir lo que buscan, pero tienen que tomar muchas piedras que no son las correctas, una y otra vez, hasta poder dar (si tienen suerte) con aquella piedra que quieren encontrar. Una piedra que ni siquiera saben bien cómo es, pero que también saben que podrán reconocer en cuanto la vean.
La verdad no se revela plena. Nos dice a cuentagotas. Nos deja avanzar a tientas, con la sonda en la mano, dando bastonazos de ciego: imaginando, avanzando, retrocediendo… También gusta de confundirnos, dándole certeza a lo errático y haciendo cómodo lo falso. Otras veces, le pone dudas a lo que parece certero y vuelve incómodo el camino correcto. Otras más, muchas de hecho, le da poder a lo estúpido e impotencia a lo sabio. Pareciera adorar el extravío, arrojarnos al laberinto sin madeja ni hilo entre las manos. Pero no siempre. De vez en cuando abre un poco la persiana y deja que entre la luz. Ya se dijo alguna vez: los dioses aprietan pero rara vez ahorcan.
Los dioses no lo revelan todo. Nos lo dicen a gotas, nunca en torrente, y sólo nos permiten avanzar a tientas, con la sonda en la mano, dando bastonazos de ciego: imaginando, avanzando, retrocediendo. Pero los dioses también nos confunden dándole certeza a lo errático y haciendo cómodo lo falso, o al revés: llenando de dudas lo certero y volviendo incómodo lo cierto. A veces se empecinan en confundirnos y gustan darle poder a lo estúpido e impotencia a lo sabio. Pero no nos inquietemos, que no siempre los dioses son tan traviesos y en ocasiones, contadas pero significativas, nos permiten dar un salto en la comprensión de las cosas. Recordemos que les gusta apretar algunos pescuezos, pero rara vez ahorcan del todo.
