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El ataúd del lector noctámbulo

Fecha: 27 de febrero de 2013 Categoría: Publicaciones Comentarios: 0

1

 

Una sala de reuniones, como las usuales en las casas ejidales. Paredes mal pintadas, piso de tierra, bancas en imperfectas condiciones. La sala está llena. Hombres y mujeres. Se advierten vestimentas propias de quienes habitan una zona ejidal. Los rostros de los concurrentes reflejan preocupación. La cámara recorre algunos de los rostros. Los asistentes murmuran y cuchichean. Otros se mantienen expectantes. Alguno y alguna portan un grueso crucifijo que acarician en ademán nervioso, mientras parecen musitar una plegaria. Unas señoras se muestran preocupadas. Otras ocultan el rostro, cubiertas las cabezas, como si estuvieran en misa de dolientes. Otra más porta, extrañamente, un collar burdo de ajos y cebollas al cuello. Las cebollas aún lucen sus tallos verdes. Un rumor de voces bajas flota en el ambiente.

 

La puerta, que permanecía cerrada, se abre de golpe. Todos voltean ansiosos. Un hombre entra presuroso, seguido de otro más. El de adelante camina con pasos enérgicos. El de atrás lo sigue, pero denota cierta parsimonia. El hombre de adelante, sin duda provisto de cierto liderazgo, viste totalmente de negro y lleva una especie de bufanda guinda tejida, colocada descuidadamente sobre sus hombros. De su cuello cuelga un sólido crucifijo de madera. Asemeja a un sacerdote. El otro hombre, también vestido de negro, mantiene su rostro encubierto por un elegante sombrero oscuro. Pasan al frente. El Supuesto Sacerdote (así le llamaremos en adelante) toma la voz…

 

—Es la segunda vez que ocurre.

 

Su voz es grave, parece resonar en la sala.

 

Una señora lo interrumpe:

 

—Los niños, nuestros niños…

 

Pareciera que articula sus palabras en sollozo, a punto del llanto.

 

Un hombre añade, como si estuviera a punto de llorar:

 

—Algo podremos hacer, algo… No podemos quedarnos así…

 

El Supuesto Sacerdote recupera el control. Su voz es imperativa, pero al mismo tiempo reconfortante.

 

—Por eso traigo a un amigo, aquí se los presento. El sabe cómo resolver estas cosas…

 

El Desconocido Misterioso (así le diremos) se quita el sombrero. Se aprecia sosegado, pero emana una extraña seguridad, como si el asunto que a todos preocupa no fuera extraño para él. Habla:

 

—Espero ganar su confianza. Los entiendo a todos (Hace una pausa, como si buscara las palabras adecuadas)… Ya enfrenté ese horror. Lo conozco. Sé cómo vencerlo

 

El Supuesto Sacerdote añade:

 

—Te quedaremos agradecidos. Estamos desesperados…

 

El Desconocido Misterioso responde:

 

—Necesito un par de ayudantes. Gente joven, pero dura, que no se asuste tan fácil. Y fuertes, que puedan ayudarme a cargar algo pesado, muy pesado…

 

Un señor entre los reunidos levanta la mano y al mismo tiempo pregunta:

 

—¿Que tan pesado?

 

El Desconocido Misterioso responde lóbregamente, como si susurrara, pero sus palabras, siendo parcas, resuenan en todos los ánimos:

 

—Un ataúd.

 

Silencio. La cámara enfoca algunos rostros congestionados donde se adivina miedo, terror contenido, nerviosismo. El último rostro donde la cámara se fija aparece un poco más congestionado de lo normal. Se trata de un hombre donde la emoción inicial de sorpresa se disipa en una mueca de borracho, lo cual se explica cuando levanta una botella de mezcal y la empina. Se escucha como fondo la clásica música de las situaciones expectantes.

 

El Supuesto Sacerdote toma de nuevo la palabra:

 

—Tú, Pichón, y tú, Ocotillo, ayuden por favor. Su comunidad los necesita.

 

Dos jóvenes morenos que parecen campesinos se levantan poco a poco con el sombrero colimense en las manos. Se ven un poco nerviosos, pero bien dispuestos. Uno voltea con timidez a ver a los demás, que lo miran fijamente. Hace el gesto de volver a sentarse, pero alguien le picotea un poco la costilla para que resista y se quede en pie.

 

2

 

Atardecer. Un panteón pueblerino. Es un panteón agradable, con tumbas sobre suaves ondulaciones, como el de Quesería. Tres hombres esperan atrás de un pequeño mausoleo, o quizás refugiados en una torre, como la de un campanario. Son el Desconocido Misterioso y los dos jóvenes ayudantes que le han comisionado. Uno de los jóvenes se muestra muy nervioso:

 

—¿Qué hacemos?

 

El Desconocido Misterioso responde, como es su costumbre, con aspereza:

 

—Esperar

 

Y añade, después de una pausa:

 

—Pase lo que pase guarden silencio, mucho silencio. Y nadie hace nada hasta que yo lo indique.

 

Está cayendo la noche. La cámara recorre algunas calles del pueblo que parece rodearlos. Sólo se escuchan, aquí y allá, algunos ladridos.

 

Los hombres aguardan. Uno parece rezar en voz baja.

 

El Desconocido Misterioso, mientras escudriña algo en la casi oscuridad, advierte en un susurro:

 

—Allí, allí…

 

Una figura extraña parece caminar entre las tumbas. Parece una sombra escuálida, torpe.

 

La cámara enfoca unos momentos al ser que deambula en la oscuridad y luego regresa a reconocer las miradas de los hombres escondidos. Los ojos de los más jóvenes reflejan terror. En cambio, la mirada del Desconocido Misterioso parece anhelante y curiosa, casi divertida.

 

La cámara regresa a la entidad espectral que avanza cautelosa por el panteón. La figura se acerca a un ataúd, lo manipula y lo abre. Mete un paquete que escondía entre sus ropas y lo cierra. Se yergue trabajosamente. Parece una figura frágil. Sus movimientos reflejan cierto cansancio, como si fuera un anciano. Regresa por donde había llegado unos momentos antes y se pierde entre las sombras.

 

Los hombres susurran. Uno de los jóvenes dice:

 

—Es el vampiro…

 

El Desconocido Misterioso añade:

 

—Es el Nosferatu…

 

El otro joven cierra:

 

—Es el Chupacabras…

 

El Desconocido Misterioso los calla con un gesto y con un shhh casi imperceptible. Habla:

 

—Va de regreso al pueblo. Es el momento. Vengan…

 

Uno de los jóvenes parece resistirse. Tiene miedo.

 

—No, yo no…

 

Lo animan a empujones y se acercan a la tumba. El Desconocido Misterioso carga un saco grande, de arpillera. Del saco extrae unos instrumentos de madera y metal. Toma una estaca y un martillo. Le da la estaca a uno de los ayudantes y el martillo al otro. La cámara muestra acercamientos a los tétricos instrumentos. Se escucha una melodía de misterio y peligro.

 

El Desconocido Misterioso ordena con voz firme y fuerte:

 

—Abran el ataúd.

 

Los hombres forcejean con el ataúd para abrirlo. Brota un candado añoso. El Desconocido Misterioso abre el ataúd de golpe. La cámara recorre las miradas de los hombres. De nuevo se aprecia terror en los dos ayudantes y un casi morbo y deleite en el Desconocido Misterioso. La cámara regresa, por fin, al ataúd abierto. Se ve que está lleno de libros. El Desconocido Misterioso ordena:

 

—Rápido, a cargarlos.

 

Los meten al saco de arpillera, otros se los llevan en las manos, como pueden. Cierran el ataúd. Se escapan dejando caer libros por las prisas y regresando por ellos, con cierta torpeza. Se pierden en la oscuridad.

 

3

 

Una escena llena de luz. Es una biblioteca pequeña, o quizás una sala de lectura, llena de libros. Se ven muchos niños leyendo. Parecen interesados y alegres. Por allí está el Supuesto Sacerdote, que ahora parece, más bien, un bibliotecario, o quizás un promotor de lectura. Se le ve feliz. Se dirige a los niños, mientras señala al Desconocido Misterioso y a sus jóvenes ayudantes:

 

—Niñas, niños, un aplauso a estos valientes que les devolvieron sus libros.

 

Los niños aplauden y gritan con algarabía. El Desconocido Misterioso y sus dos ayudantes se dan la mano y se abrazan, felicitándose.

 

4

 

Un ser espectral llega entre las sombras al cementerio. Su rostro ya puede verse. Es pálido, blanquecino, como el de un insepulto, el de un muerto en vida, un vampiro. Llega al ataúd, lo abre lentamente. La cámara enfoca el ataúd abierto. Vacío…

 

El ser grita de dolor. Es un grito desgarrador.

 

—¡Mis libros!… ¡Mis libros!…

 

Se escucha algo similar al llanto. El ser grita:

 

—¿Dónde quedó mi Drácula… Dónde quedó mi Entrevista con el vampiro… Dónde quedó mi Carmilla… Dónde mi Muerta enamorada….?

 

Solloza. Vuelve a gritar:

 

—¡Mi sangre, mi sangre por mis libros!

 

La escena se aleja. Aparece un letrero:

 

Leer es un placer

Compilaciones…

Fecha: 22 de enero de 2011 Categoría: Publicaciones Comentarios: 0

Dentro de las tareas de fomento a la lectura, trabajé en algunas compilaciones que tuvieron como propósito su distribución gratuita dentro del Mes Colimense de la Lectura y el Libro. Aquí las dejo para su consulta por los interesados.

Letras Inquietantes: aproximaciones a la literatura policíaca

Esta compilación es una aproximación a la literatura detectivesca, negra y criminal. El  estudio introductorio es mio y al final me atreví a un primer listado de detectives famosos en la literatura y el cine. Espero sea de su agrado.

Fragmentos de Literatura Colimense

Esta compilación pretende una panorámica de la literatura colimense a lo largo de su historia. Sus fines fueron de divulgación. Las notas son mías. Espero resulte de utilidad.

Fragmentos para una noche de Vampiros

Esta compilación es resultado de una travesura. En el primer Mes Colimense de la Lectura y el Libro organizamos una «Noche de Vampiros»: leímos cuentos, novelas y poemas dedicados a los vampiros; escuchamos música inspirada en ellos; vimos cortos de películas famosas sobre el tema y hasta disfrutamos de alaridos espontáneos gracias a la participación del grupo  «Ángeles de la Calle».  Aquella noche nos acompañó el gran escritor y músico Armando Vega Gil. En fin, este texto obedeció a la necesidad de tener algo a la mano para obsequiarlo. Aún así, creo que la compilación tiene algo de gracia y puede ser leída con algún provecho.