La sonrisa perversa…

Fecha: 27 de octubre de 2016 Categoría: Comic Comentarios: 0

Algunos personajes escapan de sus estrechos límites creativos y adquieren (no es una frase hueca) un destino propio. Parecen aferrarse a su personalidad, tomar sus propias decisiones e imponerse a la voluntad del creador, que a estas alturas se deja llevar, volviéndose un simple espectador. Todos los que intentan crear personajes lo saben y muchos lo terminan confesando: sus mejores creaciones no son propias. Es como si escribieran (pintaran o esculpieran) algo que otro les dicta. Parece algo sobrenatural y quizás lo sea. En todo caso es uno de los misterios del acto creativo.

Uno de esos casos es el de Gwynplaine, protagonista de la inmensa novela de Víctor Hugo, El hombre que ríe (1869). El atormentado personaje es un niño desfigurado por unos “robachicos” explotadores (más bien unos “compraniños”, pues no lo roban, sino lo compran) dedicados a la farándula, que deforman su cara para convertirla en una máscara de risa perpetua destinada a fascinar y escandalizar a los groseros públicos de la época. Gwynplaine se vuelve un gran negocio para el teatro rodante y hace su aparición en el reino de la imaginación como una figura literaria mayor, pero no acaba allí su magnífica y terrible historia. Su tragedia escapa de la novela y salta al cine, en 1928, en una película dirigida por el expresionista alemán Paul Leni. Aquí Gwynplaine toma forma con una aterradora recreación, la del actor Conrad Veidt, cuyo rostro era algo memorable.

Pero el personaje apenas entraba en calor. En los años cuarenta, Bob Kane (el creador de Batman) imagina a un antagonista a la altura de su sombrío héroe y, con la colaboración de Jerry Robinson y Bill Finger (dibujante y guionista), diseña al Joker (en México le diríamos “El Guasón”). El proceso creativo fue inspirado por la carta del Joker ─o comodín─ de la baraja y por el rostro fascinante de Conrad Veidt.

El personaje cambia de nombre pero adquiere un impulso más y sigue con su vida propia. En la tradición del cómic experimenta distintas etapas: criminalidad psicópata, crueldad inhumana, locuacidad estrafalaria, bufonería excéntrica, amaneramiento casi inofensivo, en fin, hasta regresar a sus orígenes siniestros en los últimos años, con toques de sadismo y genialidad. Pero si bien el personaje tiene toda una evolución en el cómic y la animación, que llega hasta nuestros días, también posee una historia dotada de prestigio en la televisión y el cine. En los años sesenta se vuelve un entrañable personaje, encarnado por el actor César Romero. Al llegar la película Batman, dirigida por Tim Burton, en 1989, el Joker aparece con el rostro, siempre memorable, de Jack Nicholson, recuperando parte de su vigor inicial. En la magnífica película The Dark Knight, del 2008, dirigida por Christopher Nolan, surge un magnífico Joker gracias al trabajo de Heath Ledger, quien terminaría suicidándose sin disfrutar el prestigio de esa soberbia recreación de un personaje inolvidable.

Para este año el Joker sigue fresco, como lo demostró Jared Leto en la película Suicide Squad, quien describió a su personaje como “casi shakespeariano”. Bien pudo decirlo con más propiedad: es un personaje de Víctor Hugo. Es decir, no es inglés sino francés.

Lo cierto es que este personaje de múltiples rostros, pero siempre con una perversa sonrisa, alcanza el puesto número uno de los cien mejores villanos de todos los tiempos. Nada mal para un personaje que nació con la tragedia, escapó de la celda literaria del romanticismo francés y sigue dando sorpresas.

Compartir en

Deja tu comentario