Yemas

Fecha: 26 de marzo de 2021 Categoría: Eso que brota Comentarios: 0
Se alquilan las yemas de mis dedos este 14 de febrero.
Se alquilan las yemas de mis dedos, las que dibujaban caricias en su rostro frente al mar, una vez caminando por la calle, otras más en la banca vacía de aquel jardín.
Yemas desdibujadas. Sus pliegues, sus trazos epidérmicos, sus crestas y laberintos ya no quieren saber de sí.
Yemas huérfanas. No se regocijan más en la saliente de su perfil, esos pómulos labrados con pulimento y desdén.
Yemas que bordan lo inasible y no pueden imprimirse ―dactilograma de ilusiones― por sus mejillas en declive, con la huella de estar allí.
Yemas resecas. Ya no logran preservarse, petrificarse yo diría, en el goteo ámbar de sus poros.
Yemas dubitativas… ¿Para qué conservarlas? Mejor alquilarlas, que den alguna renta, que hagan algo para mí. Quizás ponerlas en subasta, rematarlas, dejarlas ir.
Yemas ingrávidas, anhelantes de anclaje, de posarse con regocijo, de señal propicia de aterrizaje.
Yemas errantes a la búsqueda de una patria prometida: epidermis sin confusión, locura, culpa o egoísmo.
Yemas extraviadas a la caza de una superficie dispuesta a ser hollada, de un solar sensible que no quiera sacudirse esa táctil opresión.
Yemas en ruina. Hacer algo con ellas mientras sigan como tales, afanosas en el puro querer tocar.
Yemas confusas. Que hagan algo, cualquier cosa, que las distraiga de seguir tanteando y tonteando hacia la nada y el pesar.
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