Una vez en ese hospital

Fecha: 4 de abril de 2018 Categoría: Gotas Góticas Comentarios: 0

Hace algunos años salí de visitar a un amigo que habían operado de la vesícula en el Hospital Inglés de la Ciudad de México. Ya era tarde y tenía ganas de irme a mi departamento a descansar (en esos años yo vivía en esa ciudad), pero recordé que no me había lavado las manos. Soy obsesivo al respecto. Si no me lavo las manos a cada momento siento que traigo impregnados todos los gérmenes del mundo. La sensación es más apremiante, como es lógico, si salgo de un hospital. Entré a un baño. Se veía limpio y solitario. Me lavé con cuidado. Cuando estaba secándome una figura se paró a mi lado. La miré en el espejo. Un señor maduro, de ojos claros, comenzó a lavarse también las manos. A primera vista le encontré un notable parecido con el actor Max Schreck. Me miró desde el espejo del lavabo y me dijo, casi en un susurro:
—¡Le parece que me veo bien?
No entendí la pregunta en un primer momento. Lo miré. No había sorna. El señor había expresado sus palabras con seriedad. Me imaginé que se refería a estar bien peinado o bien vestido. Le dije que sí, que se veía bien.
—Es algo de mi personalidad. Siempre termino viéndome bien, haga lo que haga, me vista como me vista, a cualquier edad. Incluso aunque ya esté muerto.
Dijo sus palabras con mucha calma y con un elegante acento que no identifiqué. Pensé que estaba un poco trastornado. Decidí seguirle el juego.
—Si usted está muerto se ve muy bien. Me gustaría verme así cuando yo lo esté.
Mis palabras parecieron gustarle. Sonrió. Entonces lo miré con más cuidado. El señor tenía una venda cubriéndole el cuello. Contrastaba con su camisa de un tejido suave y color discreto, bajo un saco de color lavanda a cuadros que se veía muy agradable.
—Usted no tiene miedo. No es de los que tienen miedo con facilidad, ¿verdad? —me dijo.
Le respondí que no, que casi nunca me asustaba y menos de los muertos. Sin embargo, cuando dije esas palabras sentí un ligero temblor frío en mi nuca. Después de todo el lugar estaba solo y siempre desconcierta estar con alguien inesperado. Más aún si el tipo no parecía muy cuerdo que digamos. Pero bueno, tampoco era para salir corriendo. El señor se veía muy serio y tranquilo. Además, era mucho menos corpulento que yo. Decidí añadir un comentario provocador.
—No intente asustarme con historias de muertos en un hospital como éste. El hospital se ve muy nuevo. Dudo que tenga una gran historia de fallecimientos.
El señor me miró con simpatía. De repente abrió la boca y soltó un gorgoteo extraño, como si trajera la garganta llena de viscosidades. Levantó los ojos claros como si estuviera mirando al techo hasta ponerlos en blanco y dijo, con voz entrecortada:
—No… yo fui uno de los primeros.
Cuando quise volver a mirarlo ya no estaba. El baño seguía tan solitario como cuando llegué. Por unos segundos no supe si estaba dormido o seguía en ese baño del Hospital Inglés.
Terminé de secarme y salí. Afuera estaba un policía adormilado. Lo saludé, recogí una credencial que había dejado allí y me fui hacia el estacionamiento.
Me sucede mucho eso: encontrarme con personas extrañas. Haga lo que haga, me vista como me vista, en todo lugar y a cualquier edad me encuentro con personalidades dignas de reseña. Incluso me topo, más de la cuenta, con muertos raros que hacen preguntas absurdas. Debe ser algo de mi personalidad.

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