Callar y escuchar

Fecha: 15 de mayo de 2020 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0
Leí en un bello libro de Gay Talese que entre los hombres mejor informados de Nueva York están los ascensoristas y los porteros, que rara vez conversan porque siempre están a la escucha.
A nosotros, los colimenses, el párrafo de Talese nos puede parecer extraño, pues aquí no existe el oficio de ascensorista y de hecho tenemos muy pocos ascensores (elevadores, pues). Cuando fui niño, el único que existía estaba en La Colimense, una tienda de ropa de la calle Madero, donde poco me subí porque mi abuela y mi madre decían que «se atoraba». El oficio de portero tampoco existe, pues no tenemos edificios y menos de esos edificios con elegantes pórticos donde un atildado portero abre la puerta del vehículo, extiende el paraguas y brinda el paso hacia el vestíbulo.
Vuelvo a las historias del ayer: sólo recuerdo un edificio en Colima, el Cázares, donde solían vivir algunas personas (hasta fui a una fiesta por allí, a finales de los años ochenta, con Efrén Cárdenas, Topiltzin Ochoa, Rabí Hernández y Gregorio Iván Preciado, pero de eso platicaré cuando esté viejo), pero nada de pórtico y menos de atildado portero al entrar. Por cierto, con un sismo (de ésos tan duros que se dan por aquí) el citado inmueble quedó dañado y debieron rebanarle algunos pisos hasta dejarlo chaparrito, pero eso es otra historia.
Nota: si existen porteros, pero de los que cuidan la portería en los partidos de fut local, pero eso también es otra historia.
En fin, volvamos a Nueva York. Dice Talese que un portero del restaurante Sardi´s puede predecir con exactitud qué espectáculos recién estrenados fracasarán o serán un éxito tan sólo por escuchar a los comensales. No lo dudo. Es una cualidad saber escuchar y el que escucha puede construir una imagen bastante cercana a la realidad. Virtud sin duda, pero poco llevada a la práctica.
Si escucháramos más y habláramos menos todo nos funcionaría un poco mejor. He visto a lo largo de los años muchos malos momentos por causa del habla irreflexiva. Escuchar es más seguro, coincido, pero tampoco se debe abusar del silencio.
Se atribuye a Mark Twain (el autor de personajes inolvidables como Huckleberry Finn y Tom Sawyer) la frase que dice: «Es mejor tener la boca cerrada y parecer estúpido que abrirla y disipar la duda». No me parece una frase grata. De hecho, sobrepasa la agudeza para llegar a lo mordaz. Podrá ser cierta, claro, pero ni siquiera estoy seguro de que sea obra de Twain. El único referente que tengo es algún sitio de internet, lo cual es decir mucho y a la vez muy poco, pues en la red circula mucha basura y miles de falsas frases sin asidero con la realidad.
De hecho, me atrevo a contradecir la frase (perdón a Twain si a final resulta de él), pues a lo largo de mi vida laboral y profesional, casi siempre en instituciones públicas, descubrí que se mira con sospecha al que siempre calla. De hecho, es raro que alguien pueda decir: “mira, aquél que calla no debe ser tan estúpido”, así que la frase de Twain me sigue pareciendo insulsa.
Diré más: en los ámbitos de decisión se valora cuando alguien dice algo de forma oportuna y se arriesga a emitir su opinión. Podrá equivocarse un poco, claro, pero se tiende a valorar la solidaridad, la aportación, las ganas de formar parte de una iniciativa.
En cambio, el callado parece que escucha para informar en otro lugar (como si fuera un espía o un “oreja”, pues), parece estar atento a los errores de otros para dar un zarpazo traicionero, parece sentirse más inteligente o astuto que los demás y, por todo ello, parece dar más desconfianza que buena valoración.
Sí, sucede que también los silencios retumban. Por eso no creo que sea bueno escuchar y callar tanto, a menos, claro, que uno sea ascensorista o portero en Nueva York.
Gay Talese, sin duda, estará de acuerdo conmigo.

 

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