Cosa de ladrones

Fecha: 19 de mayo de 2020 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0
En una época fui aficionado a la historia antigua. Los romanos, en especial, me parecían fascinantes. Cada capítulo de su historia reflejaba emoción y brío. Eran bravos y solían ser heroicos en la adversidad, como ocurrió cuando enfrentaron enemigos que estuvieron a punto de extinguirlos. Pero tenían una extraña característica: todo su ser parecía orientado hacia el hurto. Llegaban a un lugar y lo sometían, sea por la fuerza o la negociación. Después de eso engullían a esos pueblos y les robaban no sólo sus recursos, sino hasta su mismo ser nacional. Devoraban incluso a las religiones extranjeras y a los mismos dioses y diosas de cada pueblo sometido, transfigurándolos en deidades propias.
Hegel, en sus apuntes sobre filosofía de la historia, los definió como ladrones. Sí, desde sus balbuceos como nación fueron una gavilla de cuatreros y asaltantes de caminos que no dudaron en robar hasta a las mujeres de sus vecinos para constituirse como pueblo (el famoso «Rapto de las Sabinas» es un mito lleno de contenido). Pero era un robo con retribución: los romanos acumulaban poder pero devolvían instituciones, derecho, orden político y paz. A los principales de cada lugar los hacían ciudadanos y partícipes del poder romano. Cada pueblo bárbaro sojuzgado se convertía, con el paso del tiempo, en una ciudad ordenada. Al conquistar, los romanos iluminaban con la luz de la historia.
Quizás esa forma de latrocinio no fuera tan mala. ¿Será acaso posible que el ladrón sea un instrumento de civilización? Es posible. Una forma que asume el ingenio humano es la sustracción del conocimiento del otro para aplicarlo y mejorarlo. Desde que surgimos como especie hemos hurtado lo que hacen los demás para usarlo en nuestro beneficio. Así ocurrió con el poder sobre el fuego, con las técnicas de alfarería, con la doma de animales, con el cultivo de granos, con el uso progresivo de materiales y con muchas cosas más. El plagio, tan usual hoy en los ámbitos literario, científico y académico, es tan antiguo como el surgimiento de nuestra especie.
Quizás por eso los ladrones sean tan apreciados por la literatura y el imaginario popular. Allí está Robin Hood, Fantomas, Raffes, Arsenio Lupin, Rocambole, Simón Templar. En los superhéroes aparecen grandes ladrones, como Scott Lang (Ant-Man) y los encontramos hasta en las historietas de Disney (Superpato y Los Chicos Malos)
No deberíamos ir muy lejos para mirar la fascinación colectiva que suscitan los bandidos de nuestro tiempo que asumen la forma de traficantes. Abundan las series sobre ellos.
Una vez, el mafioso neoyorquino Frank Costello, quien fue conocido por sus dotes de persuasión y su habilidad para influir en políticos y funcionarios, dijo algo bastante interesante (lo cito de memoria, pues no encuentro el referente en este momento): “lo que soy es un ladrón, a lo largo de mi vida robé todo lo que me agradaba, por ejemplo, si veía a alguien que fumaba el cigarro con un estilo elegante pues le robaba ese estilo”.
Creo que si lo vemos de esa forma todos hemos sido ladrones alguna vez. Por lo menos ladrones de algún estilo elegante, de una frase peculiar, de una mirada oportuna.
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