El cazador de remolinos

Fecha: 27 de agosto de 2018 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

Cuando niño frecuentaba muchos ranchos colimenses y del sur de Jalisco, por razones que ya expliqué alguna vez. En uno de ellos, de amplios potreros a punto de la siembra, se formaban pequeños remolinos por el peculiar cruce de los vientos. Eran remolinos de polvo y hojarasca, pues la tierra era de temporal, una tierra que se mantenía seca y crujiente hasta la estación de las lluvias.

Yo anhelaba integrarme a uno de esos remolinos, colocarme en su centro para sentir su áspera rotación y ser transportado hasta llegar a un camino amarillo, como en el cuento del Mago de Oz. Pero cazar remolinos era muy difícil. No sabía cuándo se formarían y surgían caprichosamente, lejos de donde yo me encontraba. Cuando veía uno corría a su encuentro, pero al llegar ya se había disipado, volviéndose viento común mientras el polvo se dispersaba y regresaba al suelo. Eso sucedió durante mucho tiempo. Cada vez que llegaba a ese rancho me dedicaba a perseguir remolinos y siempre fracasaba en el intento, mientras mi padre me vigilaba a la distancia.

Llegaron las lluvias y se acabaron las correrías, pues ya no me permitieron deambular a solas por el campo abierto. Duré meses añorando esos bellos remolinos que dibujaba en mis cuadernos. Varias noches soñé con ellos. Aún dormido ansiaba montarme en uno que pudiera transportarme como si fuera una alfombra mágica.

Un buen día volví a ese rancho, pero estaba lleno de milpa y los remolinos quedaron más lejos de mi alcance. Veía las plantas agitarse y, de vez en cuando, surgía alguno que embestía con garbo, sacudiendo y desgranando las mazorcas, pero era más común verlos ahogarse por obra del tupido follaje. Debieron pasar otros meses hasta que se alejaron las lluvias y volvieron los remolinos menos tímidos, los de polvo y hojarasca. Entonces volví a perseguirlos obsesivo.

En mi terca cacería llegué a pensar que los remolinos tenían conciencia y se permitían travesuras. Jugaban conmigo, evitándome y apareciendo cuando estaba lejos. Entonces aprendí a mirarlos de soslayo, como si no me interesaran, para correr de inmediato cuando sentía que estaban por aparecer. Con esa técnica logré algunos avances: me acercaba un poco más, pero aún no lograba sorprenderlos del todo.

Con un poco de esfuerzo me volví un experto en anticiparlos: intuía cuando el polvo se movía de cierta forma hasta que se formaba un pequeño torbellino, apenas insinuado, que con suerte se consolidaba y crecía hasta alcanzar unos cuantos metros, lo que para mí era inmensidad.

Una tarde por fin lo logré: descubrí un pequeño movimiento familiar entre el polvo y las hojas secas, me sitúe en su centro y de repente sentí el remolino a mi alrededor. El mundo se sacudió y giró. Las corrientes de aire me rodearon y danzaron pegadas a mi cuerpo. No pude abrir los ojos, pues el polvo me lastimaba, pero la sensación fue placentera e inolvidable.

Por unos segundos hasta imaginé que el remolino me llevaba como en los sueños y casi me sentí volar, aunque en realidad nunca me moví del suelo.

Cuando el movimiento cesó, abrí los ojos y vi a mi padre riéndose de lejos. Había sido testigo de mi éxito y lo celebraba. Por fin había atrapado a un remolino.

Esa noche llegué muy emocionado a mi casa y le conté todo a mi madre, que me revisó con cuidado hasta descubrir decenas de pequeñas hojas, ramitas y tierra bajo mi ropa. Mi cabello era una maraña. Tuve que tomar un baño antes de acostarme.

Cuando me dormía pensé que el remolino se había quedado conmigo. Sentí su respiración a mi alrededor y sospeché que se ocultaba bajo mi cama, sacudiendo el colchón y empujándome al techo.

En algún momento sentí que se agitaban las cortinas de mi habitación, a pesar de que la ventana estaba cerrada. Es posible.

Aún siento ese remolino a pesar de los años. Quizás por eso mi espíritu nunca se queda quieto y sigue revoloteando la hojarasca a mi alrededor.

 

Compartir en

Deja tu comentario