Paseos de la vergüenza

Fecha: 27 de mayo de 2018 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

En 1944 el fotógrafo húngaro Robert Capa (seudónimo de Endre Friedman) capturó en la calle Beauvais de Chartres un momento terrible para el alma humana. Una mujer rapada y con la ropa en jirones camina por la calle con un niño en brazos, mientras es increpada e insultada por una multitud. Los rostros que la rodean sonríen al tiempo que la miran con desprecio. Se aprecian policías, hombres bien vestidos y mujeres, muchas de ellas con sus pequeñas hijas de la mano. La infortunada es una joven francesa, acusada de sostener “collaboration horizontale” (no se requiere traducción ni interpretación) con los soldados alemanes.

Mientras ocurrió tal complicidad sexual, pero también amorosa y en algunos casos simplemente laboral, esas mujeres disfrutaron de ciertas ventajas, mínimas pero valiosas: un modesto ingreso, comida, algo de ropa, ciertos productos escasos y muy poco más. Cuando llegó la liberación, el pueblo enardecido volcó en ellas toda su furia acumulada: las rapó, las marcó con hierros candentes, las obligó a caminar desnudas, las escupió, las encarceló y en algunos casos hasta las asesinó. Es una escena recuperada muchas veces por el cine y las series de televisión, por ejemplo, en Band of Brothers. Incluso, la popular serie Game of Thrones rindió un homenaje a esos oscuros desfiles, cuando la secta de los gorriones obliga a la reina Cersei Lannister a un “paseo de la vergüenza”, es decir, a caminar rapada y desnuda entre el pueblo enardecido que la insulta y la humilla con gestos obscenos.

Pero… ¿eran culpables esas mujeres? Muchas ejercieron sin duda algún grado de prostitución (que los hay), pero otras sólo eran jóvenes madres, muchas de ellas viudas, que intentaron sobrevivir lo mejor posible y salir adelante en una época donde todo signo de libertad parecía imposible. Antes de juzgarlas con falsa superioridad moral debe recordarse que eran años de hambruna y desesperación, donde la vida valía muy poco. Pero claro, tal explicación no podía satisfacer a las muchedumbres airadas que intentaron vengarse de todo lo que estuviera ligado a la penosa invasión alemana. Aún no se conocen las cifras de esos desagravios populares, pero cada pequeño pueblo liberado se expresó de la misma manera: los invasores habían muerto o huían, así que el odio se concentraba en las mujeres, cientos o miles de ellas, que se ligaron de alguna forma con el oprobio.

¿Fue patriotismo, ardor bélico, lo que motivó ese horror contra las mujeres colaboracionistas?  En parte sí, pero también deberíamos reconocer emociones humanas más simples y efectivas: no olvidemos que los seres humanos envidiamos lo que otros tienen. Esas mujeres acumulaban motivos de rencor: eran bellas, usaron esa belleza para seducir invasores y disfrutaron de ventajas sobre los demás, incluyendo comida. Además, la mayor parte de los franceses no colaboró activamente con la resistencia y aceptaron acobardados la invasión, así que desquitarse envalentonados con mujeres indefensas les devolvía cierta categoría moral y los reivindicaba frente al resto de la sociedad.

La envidia se disfraza de indignación y adquiere peligrosas alturas morales. No es la primera vez que una emoción mezquina se adorna con falsas y elevadas virtudes. De hecho, eso ocurre todos los días, sea en discusiones políticas como en los más burdos temas cotidianos.

Lo cierto es que esos rostros de angustia, esas mujeres rapadas y ensangrentadas, con sus pequeños hijos en los brazos, son un espejo de los horrores de las multitudes indignadas.

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