Pasos por Islamabad

Fecha: 17 de agosto de 2019 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0
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Rawalpindi, una antigua capital con un nombre que no logro articular. Miro por allí mientras me llevan al sitio exacto. El lugar donde Benazir, mujer poderosa acusada de corrupción (y luego exonerada), regresó a la competencia electoral. Recibió disparos y el remate: la explosión. El tiro de gracia, en efecto, fue una detonación. No se trataba de asegurar su muerte, sino de volarla en pedazos con la firma del horror que no admite retorno.
 
Quien detonó también murió, en ese frenesí suicida tan usual en esta parte del mundo. Inmolarse, sí, pero llevar compañía. Arrastrar a la nada (o quizás a lo que viene, que también puede ser algo) a todas las almas posibles. Es curioso que existan seres que no quieran partir solos, que se lleven a otros consigo, concluyendo con el «nosotros» sus pasos delirantes.
 
Asif, el guía, señala el lugar exacto. Me dice en árabe, luego en inglés, para terminar con un maltrecho español (yo entendía, no sé cómo, retazos de cada frase) que ella ordenó detener el blindado que la transportaba. Se asomó por el techo del vehículo para saludar a los seguidores y entonces ocurrió todo. Ya había sobrevivido a un atentado en Karachi, que cobró la vida de 140, entre militantes y curiosos. Aquí no fue posible.
 
Una mujer me mira mientras recorro el lugar con la mirada. El dolor sigue resonando por allí, mezclado con el aroma del mitin. Toda muerte en campaña es parecida. Conozco otras en linderos del mundo tan lejanos: Soacha, en Cundinamarca, donde mataron a Luis Carlos Galán, mientras levantaba los brazos saludando a los asistentes y Lomas Taurinas, en Tijuana, donde ultimaron a Colosio mientras se retiraba del evento. Es la misma historia en cada lugar: la emoción política que da paso al sabor de la sangre.
 
La mujer posee unos ojos maravillosos detrás de su nicab (o burka, si ustedes lo prefieren). Todos los ojos son así por estas tierras. Los siglos de velo han dotado a la mirada de todas las emociones que adopta el rostro, como si el resquicio fuera la única posibilidad de comprensión, de súplica, de orden o incluso de pasión.
 
Yo también la miro, pero Asif me ha dicho que no hable. Le preocupa mi extranjería evidente. Quiero decirle algo mirándola también, pero no sé decir nada con mis ojos.
 
2
 
Camino un poco, apenas para sentir la tierra bajo mis pies, por el lado norte del valle del Indo, lo que llaman Punjab. A lo lejos se perfilan cumbres que (me dice Asif) son parte del Hindu Kush.
 
Desearía deambular sin prisa en aquellas cimas. Quizás por allí encontraría, en rincones sin hollar, aquel río mágico que buscaron los macedonios, el que daba una vida perdurable y sin deterioro.
 
Quizás también escarbaría y encontraría algo, cualquier cosa, ya no digamos una espada, sino un simple aparejo, algo de casi nada, que hubiera tocado el gran conquistador.
 
Sueños de un hombre maduro que ya no puede escalar…
 
3
 
Rawat Fort, una curiosa combinación semántica. Rawat es Rabat, que en árabe significa una posada para caravanas. Fort es fuerte, claro. Con los años fue una posición para defender la meseta de Pothohar. Allí fue capturado el sultán Sarang, torturado y luego enterrado.
 
Torturar es lastimar al cuerpo que morirá. Existe un suplicio que parece tener un propósito: sacar información, quebrar la voluntad tenaz. Hay otro que es simple deleite para el triunfador: despedir la vida maldiciendo el momento. Decirle al enemigo que morirá ahogado en su propio lamento. Algo que sólo los humanos pudieron inventar.
 
Las celdas que rodean al fuerte dan una impresión de soledad. Allí murieron muchos desesperados, pero también durmieron los que podrían pagar al arribo de las caravanas.
 
No podría dormir allí. Soñaría con ojos que me miran con todas las emociones concentradas en su destello de luz.
 
Rawat tiene una puerta magnífica: la oriental. No quise traspasarla. Siento que debo decir un encantamiento. Un “ábrete” y luego el nombre de una gramínea que temo pronunciar de forma incorrecta: ni mi inglés, ni mi árabe, ni mi español me dan confianza.
 
4
 
Camino por Islamabad. Ya no me sigue Asif. No quiere venir aquí. Algo le da miedo. La tarea es de Mahedit, que habla muy bien algo que no entiendo. Aún así, cuando todo falla, nos decimos por señas. La que más utiliza es un dedo índice en los labios, que en todos lados significa callar. Yo juego con él y me cierro la boca con toda la mano, como si fuera un gesto de sorpresa, lo cual parece divertirle mucho.
 
El ríe en árabe, pero le comprendo, y yo río en colimense, pero me entiende.
 
Islamabad es una meseta, la de Pothohar. El subsuelo está lleno de historia. Cada piedra desenterrada pudo ser usada por un ser humano en esa edad donde las piedras lo fueron todo.
 
Creo reconocer el paisaje. Quizás un lejano antepasado mío vivió (sobrevivió) por aquí y mis genes reconocen ―con regocijo― lo que miran: el cielo, el valle distante, la cima de las piedras.
 
Claro, Islamabad no existía entonces, pero otras muchas comunidades sí. Es una ciudad trazada por voluntad de gobierno y necesidad de planificación, como Brasilia en Brasil. Hasta su clima es regulado por lagos artificiales. Pero lo de hoy nunca podrá sepultar para siempre lo que ya fue. La historia brota por las cicatrices y los poros del suelo.
 
Por aquí pasaron los señores de la guerra: Babur, Genghis Khan, Tamerlán… Y siguen pasando. Apenas hace un año, un coche bomba estalló en el exterior del Marriott, dejando más de 50 muertos y unos 200 heridos. Fui al Marriott a conocerlo,. Incluso me tomé una copa en el bar, pero no podría dormir allí. Soñaría con ojos luminosos que me miran detrás de su nicab (o burka, si ustedes lo prefieren)
 
Islamabad es un paso, una puerta, pero también un señuelo para incautos. Yo no quiero conquistar nada, pero tampoco quiero parecer insensato. Por eso miro con respeto y me dejo llevar por Mahedit, que sigue llevándose el dedo a los labios y ríe cada vez que cierro mi boca con toda la mano, mientras yo también río de su risa en árabe, con todo mi regocijo colimense.
 
Seguiré dando tumbos, mientras dura la tarde, por Islamabad.
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