Soñando con mónadas y otras monadas

Fecha: 28 de marzo de 2018 Categoría: La irreflexiva reflexión Comentarios: 0

Un par de noches hace que soñé con las mónadas de Leibnitz. Eran como burbujas de colores, pero un poco más sólidas, tanto que no se desvanecían al tacto, si bien dejaban en mis dedos una sensación pegajosa. Siendo más sólidas, insisto, que las simples burbujas, no perdían su ligereza y parecían mecerse con el viento.

Leibnitz debió imaginarlas como un sistema de conexión de la vida, casi como la “fuerza” de los Jedi en el universo de Star Wars, pero a mí llegaron como pompas de jabón sopladas por un chiquillo en una tarde de verano. Era extraño verlas a contraluz, cambiando de tonalidad y casi aleteando, si tal figura pudiera caber en esas coloridas esferas.

Unas brillaban más, alterando sus tonos, y otras parecían opacarse cuando fijaba la vista en ellas. Algunas parecían tener filamentos, como si fueran barbas y creí distinguir otras con una especie de lentes sobre sus ojos entrecerrados, como si fueran los de un médico chino. Unas parecían dotadas de apetito, pues me miraban mientras saboreaba mi nieve sentado en la banca de un jardín (así era mi sueño). Otras parecían curiosas y traviesas, como gatos, acercándose lo suficiente para dejarse tocar, pero retirándose al instante.

Una entre todas se mantenía lejana, como queriendo marcar distancia, pero sin dejar de hacerse notar. Era un poco más grande que las otras y quizás más sabia y reflexiva. Me sentí preocupado por ella. Quise llamarle, pero no conocía su nombre, ni sabía si lograría interpretar mis gestos diciendo “ven” (por algún motivo en el sueño no podía o no quería gritar).

En cierto momento la mónada distante y sabia comenzó a bailar con coquetería, como si fuera un ave del paraíso y todas las demás la rodearon ansiosas. Me uní al grupo. El baile se puso efervescente y todas las mónadas comenzaron a agitarse. Al final todas me rodearon y percibí algo como su mirada, concentrada en mí con expectativa.

Sentí —pues allí no se hablaba— que todas esperaban que yo bailara para ellas. Eso ya era demasiado. No bailo ni por las más alegres y vistosas mónadas del mundo.

El buen Leibnitz deberá disculparme: no hago ningún tipo de monerías ni monadas, ni siquiera frente a un grupo tan colorido y brillante.

Entonces desperté…

Ojalá que las mónadas me perdonen.

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