Acostumbrado el ser de poder a la presión de sus adversarios y la murmuración de sus colaboradores, tiende a confudir el auténtico problema con la maquinación y la intriga. La historia nos enseña que muchas muestras legítimas de inconformidad, por ejemplo, fueron interpretadas como la obra intencional de los rivales, siempre dispuestos a sembrar de piedras el camino. Cuando el verdadero rostro de la revuelta se hizo evidente poco podía hacerse para suavizarlo. Nada mejor que la moderación para tan duro deslinde.