«Quiero que me quieran», tal fue la frase de Luis XVI. Nada peor para un gobernante que aspirar a ser amado por todos. La ilusión se vuelve delirio. Se gobierna para decidir lo que puede ser mejor frente a una circunstancia, ofenda a quien ofenda. Se debe asumir la decisión y enfrentar sus consecuencias. Si se quiere quedar bien con todos se termina quedando bien con nadie. Poder no combina con querer.