Un apunte sobre la Apología de Sócrates

Fecha: 18 de diciembre de 2019 Categoría: Nueva guía de perplejos Comentarios: 0

Autoficción y metaficción en la Apología de Sócrates, de Platón

No encontré en el texto de Manuel Alberca, ni en el de Óscar Gómez Roldán, como tampoco en la revisión que hice de otros ensayos a mi disposición, una referencia a los Diálogos de Platón, siendo que en algunos de ellos parecen encontrarse elementos de ambas formas literarias. Ahora bien, ¿esto es así o es sólo una ilusión, una proyección de las ideas del hoy hacia el ayer?

Antes del abordaje, conviene una breve reflexión: es una expresión de nuestro afán clasificatorio encontrar precedentes de todo. Para la novela, por ejemplo, se rastrea una genealogía que se remonta, incluso, a la Epopeya de Gilgamesh, texto sumerio que quizás alcanzó su primera forma escrita entre el largo lapso del 2500 al 2000 a.C. Este récord de una forma literaria escrita, difícil de igualar, también parece compartido con la poesía, pues tal epopeya es también un poema. Pero hay más: en el afán de profundizar en el origen de la ficción habrá incluso quien intente rastros en los balbuceos de los primeros Homo sapiens alrededor de una fogata, relatando lo que ocurrió en la reciente cacería (después de todo, tales relatos tendrían por necesidad una parte de testimonio y otra de fantasía). De esa forma, al clasificar también intentamos encontrar los añosos troncos de los que brotan todas las ramas, incluso los recientes brotes. Eso da tranquilidad: percibimos que no hay nada nuevo bajo el sol y que todo ya fue dicho de cierta forma alguna vez. Incluso, es una treta para dotar del prestigio de lo acumulado a una nueva forma de expresión.

Pero eso puede ser engañoso. Es también una manía intelectual proyectar hacia el pasado lo que se vive en el presente. Ocurre mucho con la lectura de la historia: juzgamos lo que fue dicho o hecho ayer a la luz de lo que queremos decir hoy, en lugar de comprender al ser humano (y sus expresiones intelectuales o anímicas) en su propia circunstancia histórica. Quizás, al intentar encontrar raíces y precedentes en todo, en realidad estamos proyectando la creatividad del presente hacia el origen.

Hecha la reflexión y la advertencia, puedo aventurarme a extraer algunos elementos germinales de la autoficción y la metaficción en Platón, si bien los ensayos sobre estas formas apenas llegan a Unamuno y Azorín, por una parte, y a Cervantes por la otra. Mi atrevimiento es por una razón personal: creo que algunos de los famosos Diálogos pueden ser leídos también como cuentos y no sólo como ensayos filosóficos (que adoptaron la forma del diálogo para su plena comprensión). Después de todo, Platón eligió protagonista a Sócrates, que no escribió nada (eso da cierta comodidad, pues no hay textos de confrontación que descompongan el cuadro literario) y que en los Diálogos va perdiendo su categoría histórica hasta volverse un personaje literario, que incluso dice muchas cosas que el Sócrates de carne y hueso no pudo decir.

La teoría ha clasificado los diálogos en distintas etapas, pero es fácil advertir que existen dos grandes grupos: aquellos diálogos que se distinguen por intentar un reflejo fiel (hasta donde ello es posible) de la personalidad de Sócrates y otros donde aparecen las teorías propias de Platón, utilizando a Sócrates como personaje literario que expresa no sus palabras, sino las del autor (para una revisión de estos agrupamientos es recomendable el Estudio Introductorio de Antonio Alegre Gorri a Platón, I, Gredos, Madrid, 2010. De esta edición se toma la “Apología de Sócrates”, traducida por Julio Calonge Ruiz).

Si tomamos uno de los diálogos, digamos el primero, Apología de Sócrates, encontramos allí algunos elementos de la autoficción y la metaficción. Este diálogo es una pieza literaria que puede ser leída de muchas formas y suscitar las más diversas interpretaciones (recordando a Calvino: es un clásico y quizás uno de los más importantes). Pero, a pesar de reflejar un hecho aparentemente real ―los discursos de defensa de Sócrates frente a la acusación de impiedad y corrupción de la juventud― los expertos dudan que refleje lo que realmente ocurrió, sobre todo por presentar una imagen “moralmente idealizada” de Sócrates. Nos abstendremos aquí de explorar algunas de las muchas interpretaciones y lecturas, para concentrarnos en lo que puede ser importante para este apunte.

La Apología de Sócrates parece ser, a simple vista, una crónica sobre el juicio y la defensa de Sócrates que utiliza un recurso usual de los historiadores griegos: la reproducción de los discursos pronunciados en un momento preciso. Todos los historiadores parecen usarlo y siempre se presentan los discursos como si hubiesen sido grabados con esmero, a pesar de que eso era imposible para la época. Eso indica que fueron escritos de acuerdo con la intención del historiador, que debió interpretar en general lo dicho para luego reelaborarlo en ajuste a su propia memoria (si fue testigo de los hechos), de acuerdo con los testimonios recogidos o con la interpretación posterior de los acontecimientos. La citada Apología se vuelve, entonces, a pesar de la lectura más rigurosa, un texto matizado por la ficción, si bien inspirado en hechos reales.

En efecto, no es posible que las palabras de Sócrates fueran recuperadas de forma literal y eso indica un elemento de creatividad y reconstrucción. Pero vayamos más allá: la autoficción es una trama no real, es decir, que no responde al pacto de veracidad que ofrece la autobiografía, dejando libre “al creador y al lector para imaginar como verosímil la historia inventada que allí se cuenta” (Alberca, 2009). Nadie puede negar que este diálogo ha sido tomado como verosímil, a pesar de que los expertos duden de su completa fidelidad a los hechos. Pero existe un elemento adicional: el propio autor aparece aquí, si bien de forma tangencial. En efecto, Platón es mencionado por Sócrates como uno de los amigos que fungen como fiadores para ofrecer una suma de treinta minas, una pena alternativa frente a la muerte (que terminará por ser rechazada). Entonces el personaje (Sócrates) se refiere al autor (Platón) como uno de los amigos que ponen su nombre al servicio de una fianza, dando verosimilitud al relato.

En cuanto a la metaficción, si bien no aparecen todos los elementos identificados para esa forma literaria, es claro encontrar allí algunos rasgos germinales. Por ejemplo, los discursos ofrecidos por Sócrates no pudieron ser dichos de manera textual por el mismo Sócrates, pero por la mención de Platón como aval podemos inferir que el propio Platón estuvo allí, así que pareciendo un recuento fiel de los hechos incorporan un elemento de diseño creativo en las palabras de los discursos de defensa. Además, como lo señala Carlos Javier García: “al ficcionalizarse el discurso, el lector se siente arrancado de un primer plano de referencia, el de la historia, para ser situado en un segundo plano, el del discurso” (Rollán). Por otra parte, el personaje pareciera por momentos rebelarse y tomar conciencia de sí, como lo hace el propio Sócrates, por momentos refutando acusaciones con un lenguaje jurídico y en otras expresando frases de profunda belleza, como cuando dice: “es necesario que yo me defienda sin medios, como si combatiera sombras, y que argumente sin que nadie me responda”, o bien cuando señala que no podrá adornar su discurso con cuidadosas expresiones y vocablos, sino “con las palabras que me vengan a la boca” (lo cual implicaría que sus palabras fueron escritas como fueron dichas, lo  que ya sabemos es imposible).

Es factible encontrar, además, referencias a otros textos, como cuando Sócrates hace una cita y señala: “Me sucede lo mismo que dice Homero, tampoco yo he nacido de una encina ni de una roca, sino de hombres”. Por si fuera poco, aparecen por allí algunos textos-espejo (en germen), que parecen desdoblarse por medio de nuevos relatos, como cuando Sócrates relata que acudió con sabios afamados, políticos, poetas y artesanos, en microhistorias enlazadas con el discurso original, para averiguar si era cierto lo dicho por el oráculo de Delfos, que él era el más sabio, concluyendo que lo demás creen saber algo y no lo saben, mientras que “yo, así como en efecto no sé, tampoco creo saber”. Por último, este diálogo, como muchos otros, parece engarzar citas, no sólo de otros textos, sino de palabras y dichos de personajes, históricos o ficticios, de la vida ateniense.

Tomé voluntariamente el primero de los diálogos, que es quizás el más difícil para el propósito de este apunte, pero abundan los que reflejan con mayor claridad una u otra característica de las formas de autoficción y metaficción, inscritas en un intercambio de discursos, afirmaciones y dudas que distinguen el ritmo del diálogo mayéutico.

Es posible, claro, que todo lo aquí dicho sea discutible, pero sin duda podremos localizar en Platón algunos rasgos germinales de las formas estudiadas. Lo que sigue en suspenso, eso sí, es indagar si todo posee raíces tan profundas o en realidad estamos atisbando al ayer para explicarnos lo que leemos hoy.

Referencias:

Alberca, M. (2009). Es peligroso asomarse (al interior). Autobriografía vs. Autoficción. Rapsoda. Revista de literatura(1). Obtenido de http://www.ucm.es/info/rapsoda

Rollán, Ó. G. (s.f.). Metaficción.

 

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