El inconsciente es traicionero. Insistimos en guardarlo bajo llave, en lo más profundo de nuestro ser, pero aflora cuando menos lo esperamos poniéndonos en cada predicamento y hasta dejándonos en ridículo. Deberíamos reconocer nuestro yerro: lo que deberíamos guardar en lo profundo es a nuestra parte consciente. Así viviríamos holgados, despreocupados y llenos de saludable alegría con todas las salvajes inconsciencias a flor de piel.