Mi palabra favorita

Fecha: 10 de agosto de 2017 Categoría: Atisbos Comentarios: 0

Algunas palabras me gustan más que otras. Me deleito con ellas siempre que puedo y con los años les otorgo nuevas definiciones, muy mías, sin importar lo que opine el diccionario. Santuario, por ejemplo, es para mí «un lugar sagrado que la costumbre preserva entre los bosques o incluso entre las hebras de lo cotidiano. Algunos santuarios brotan en la espesura y otros en el rincón íntimo de la habitación». No es lo mismo para la Real Academia, que lo define como templo, tesoro o parte anterior del tabernáculo. No me importa, para mí sigue como digo y punto. Santuario es también el título de una obra de Faulkner y entonces la defino así: «obra de Faulkner sin el atrofio del mensaje moral. Aquí el mal se muestra desnudo, tanto en las mujeres y los hombres como en la rabiosa e imbécil turbamulta. No es casual que el autor la negara: le salió perfecta». Epifanía es otra palabra que me agrada. Para la citada Real Academia es (de forma precisa, hay que reconocerlo) manifestación, aparición o revelación. También alude a la festividad del 6 de enero, tan bella para mí. Pero decíamos, yo la defino como «el instante climático en que comprendemos que no importa morir mientras nos dejamos llevar, pues lo importante es seguir hasta la exaltación del momento sin el odioso freno de las consecuencias». Tremedal es palabra poco usual de la que también gusto. Significa un terreno pantanoso y cubierto de hierba que tiembla, inestable, cuando caminamos sobre él. Para mí es «la metáfora de todo el suelo que pisamos, pues se mueve aunque lo ignoremos y es imposible la solidez bajo nuestras plantas. Lo que no es tremedal es tan sólo una ilusión de consistencia». En fin, mi propio diccionario tiene muchas líneas. Linaje es, en todo caso, mi palabra grata, ya que de elegir una se trata este apunte. Para la academia es la ascendencia o descendencia de una familia, en especial de la nobleza, así como la clase o condición de una cosa. Para mí, en cambio, es «la capacidad de apropiarnos del pasado personal para ponerlo en riesgo de descalabro en nuestros días. Nada más placentero que arrojar por la ventana todo lo que los antepasados hicieron para emprender cosa distinta y, aún así, intentar regocijarlos con nuestra osadía. En cada linaje atisbo una sucesión de fieros y astutas, que se prolongan hasta una lejana oscuridad donde se pierden los nombres. No importa: algo hicieron bien pues aquí estamos nosotros».

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