Predomina el odio. Nos acostumbramos a él desde hace tanto que ya lo sentimos como algo cotidiano. Lo vomitamos hacia los demás para aliviarnos de todas nuestras frustraciones. Odiamos a políticos y funcionarios, a empresarios y sindicalizados, al que propone y al que piensa, al que aspira a ser algo y, en general, a todo el que se atreve a sacar la cabeza. Algunos periodistas apuestan por el odio para vender favores o impunidad, algunos dirigentes de partido alientan el odio para obtener promoción, algunos candidatos promueven el odio para ganar votos y un montón de opinadores de face y twitter ventila su odio personal por las redes sociales, con su propio nombre o con seudónimo, tan sólo por el gusto de vengarse de algo que piensa que le hicieron. No debería extrañarnos que ese odio se solidifique y se propague. No debería asustarnos la violencia y la muerte. Hemos sembrado vientos y estamos cosechando tempestades. Sigamos así y pronto no habrá lugar tranquilo donde sentarnos. No lo olvidemos: la violencia verbal abre el camino a la violencia de verdad, la que deja regueros de sangre por las calles.