Una modesta aportación

Fecha: 1 de diciembre de 2017 Categoría: Atisbos Comentarios: 0

Es suficiente con inventar que cierta especie es afrodisíaca (toda o en parte) para llevarla a una persecución sin misericordia o incluso condenarla a la extinción. Los impotentes crónicos (de la mente, antes que del cuerpo) exigirán consumir ese producto hasta el delirio, cueste lo que cueste. Así sucede con el rinoceronte (por su cuerno), con el pez totoaba del Golfo de México (por su «buche»), con el llamado «árbol del sexo», Citropsis articulata, pequeño arbusto que crece en las selvas de Uganda (por sus raíces) y, de forma más cercana a nosotros, con la tortuga marina o caguama (por sus huevos). Aprovechando ese impulso insensato de nuestra depredadora especie deberíamos difundir que la basura es afrodisíaca. Así, algunas voluntariosas empresas podrían comprimirla en tabletas para su cómoda deglución y distribuirla a placer entre los desesperados. Habría algunos, incluso, que evitarían el proceso industrial y en un afán ecologista promoverían el consumo directo y natural de la basura, masticándola directamente de los botes frescos, recién salidos de las casas y comercios. Surgirían algunas simpáticas historias, como: «la basura de doña Juana es más efectiva que la de don Tiburcio» o «las bolsas negras preservan mejor las propiedades que las blancas». Otros más desherbarían con diligencia la basura para trenzarla y fumársela con frenesí, en la búsqueda de nuevas sensaciones. En fin, sería creada una cultura del consumo de basura y aliviaríamos un poco a la Tierra de tantos inmundos pero inevitables desechos.

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