La peligrosa cortesía

Fecha: 18 de septiembre de 2012 Categoría: Casa de Empeños Comentarios: 0

Vi una película del ciclo de Stieg Larsson, la más reciente, la norteamericana. El empresario y asesino serial, Martin Vanger (interpretado por Stellan Skarsgard), convida al periodista Mikael Blomkvist (interpretado por Daniel Craig) a pasar a su mansión a beber una copa. Es una trampa por supuesto. El periodista duda, tiene una fundada sospecha de la locura del empresario, pero termina aceptando. Cae miserablemente en la trampa. Cuando lo tiene cautivo, el asesino se burla de la incapacidad de los seres humanos para hacer caso a su instinto. Deduce que el periodista intuía el peligro, pero que al final cedió a una emoción peligrosa: el temor a ser descortés. El diálogo se quedó rondando en mi cabeza. Me di cuenta que esa emoción es la clave de muchos de los males que aquejan a los seres humanos. Por temor a la descortesía somos capaces, incluso, de poner en riesgo nuestra vida. Supe de alguien que aceptó un manjar que le detonaba una incómoda reacción alérgica tan solo por no caer en el mismo pecado social. Es el mismo argumento que explora el famoso Drácula de Bram Stoker: el anciano vampiro pide que el recién llegado entre por su propia voluntad a sus dominios, pues no tiene el poder de hacerlo entrar por la fuerza. Muchos casos similares se esconden tras las noticias de violaciones y homicidios de mujeres: por lo general el agresor es un conocido, alguien de apariencia bondadosa que hace una invitación casual a una mujer en un apuro circunstancial y concreto (un «aventón», por ejemplo). El mal juega con nuestra bondad y se burla de las emociones sencillas de la cortesía y el respeto. Sería preferible desarrollar el instinto y saber decir «no», simplemente «no», cuando una voz interior lo indica. Es preferible ser un poco descortés y no dejarse llevar por las trampas que el mal pone a nuestro paso. Claro, para eso se necesita, primero, saber escucharnos un poco a nosotros mismos en medio del barullo, del sonsonete y del alarido de los demás.

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