Apuntes de la categoría: Apocalipsis Zombie

Pasión Zombie

Fecha: 8 de mayo de 2017 Categoría: Apocalipsis Zombie, Historias al pasar... Comentarios: 0

Hace algunos años escribí un pequeño apunte sobre los zombies o muertos vivientes (zombie o “zombi” es una palabra haitiana, cuyo origen puede rastrearse hasta unas lejanas raíces africanas). A mi juicio, los cadáveres erguidos integran una peculiar mitología con anclajes en la imaginación universal. En efecto, el insepulto o muerto revivido adopta tantas formas desde la antigüedad —ligadas a la fe o la superstición— que sospecho forma parte de nuestros arquetipos, esas imágenes que anidan en la mente de todos los seres humanos (aunque en realidad Carl Jung nunca se refirió a ellos, pues sus referencias al “país de los muertos” y al “retorno de los muertos” tienen otro sentido). En ese lejano apunte intenté varias hipótesis para desentrañar —pocas veces encuentro un mejor lugar para esa palabra— la fascinación que los zombies ejercen en nuestra cultura. Aquí les presento unas cuantas de aquellas hipótesis, pues me siguen pareciendo válidas.

Los zombies redimen. Un interesante aspecto de las historias apocalípticas zombies es que los protagonistas experimentan una notable transformación. Algunos estaban condenados a vivir unas vidas mediocres o incluso miserables en el viejo orden social, pero el trastorno les brinda la oportunidad para descubrir su valía personal, sus dotes para el liderazgo o su capacidad para mantener cohesionada a una pandilla de sobrevivientes. Frente a los zombies no importa el origen, el grupo étnico, el nivel de estudios o el prestigio social previo. Los roles se sublevan y ello permite una nueva oportunidad para la existencia (claro, si los protagonistas se libran de ser devorados).

Los zombies ofrecen abundancia. En un escenario apocalíptico los bienes que parecían inaccesibles se muestran al alcance de la mano: vehículos de lujo, mansiones con alberca, joyas, vinos y todo lo que puede encontrarse en una tienda departamental de lujo. De hecho, es común que los comercios caros sean los primeros en ser saqueados en cada escenario de crisis institucional, económica o política (o en casos extremos, como el Gran Apagón de Nueva York). Para los sectores con menos ingresos cada una de esas crisis es una oportunidad para adquirir bienes que les son prohibidos. El problema es que esa abundancia inicial es sólo un espejismo. Tarde o temprano los vehículos requieren gasolina y no es lógico que subsistan servicios como el combustible y la energía eléctrica, así que la tecnología se vuelve inútil y la vida retorna a etapas primitivas. Ricardo III pudo exclamar, en la desesperación del campo de batalla, que cambiaría su reino por un caballo. Algo similar podría decir algún superviviente: mis joyas o mi cara computadora Apple por un poco de comida enlatada (o por un abrelatas).

Los zombies no necesitan explicaciones. En efecto, en una época donde todo intenta ser explicado, resulta refrescante enfrentarse a un peligro para que el que no tenemos explicación racional posible y, peor aún, la que puede surgir no tiene aplicación práctica en el momento. Los zombies allí están, nadie sabe por qué y sólo importa vencerlos o pasar desapercibido frente a ellos. De hecho, nadie se preocupa por dar una explicación coherente, pues ello arruinaría el mito: entraría en operación nuestro lenguaje racional y terminaríamos desestimándolo. Un mito sólo debe ocurrir. De cualquier forma, el cine y la literatura brindan algunas tímidas claves que van cambiando de acuerdo a la época. En las películas iniciales del ciclo, los científicos balbucean algunas extrañas hipótesis, como radiaciones que provienen del espacio. Hoy, la explicación más “aceptada” es que los zombies son producto de un virus, lo que resulta coherente si se considera que somos la expresión consciente de formas primitivas y microscópicas de vida. En nuestra época surge la sospecha que esas formas son la verdadera vida, que nos configura y utiliza como conductos para gozar de continuidad. De ser así, una de esas formas básicas —un virus— utilizaría los cuerpos muertos para prolongarse, reproducirse y expresarse en el formato más voluminoso de la existencia: los seres multicelulares. Utilizar a un virus como explicación no le quita emoción al asunto, pues los virus siguen como algo misterioso y muchas veces mortal.

Los zombies reflejan nuestro origen. Los zombies son muertos que se levantan. Reviven, pero al hacerlo son otros. Pierden la conciencia del ser humano que fue. Parecen animados sólo por las partes más primitivas del encéfalo: el famoso “cerebro de reptil” o incluso algo más profundo. Por ello, sólo pueden ser destruidos, es decir, muertos por segunda vez, recibiendo un impacto directo en la cabeza: un golpe contundente, una bala, un objeto penetrante. En efecto, los zombies no piensan, no respiran, no quieren reproducirse: sólo quieren comer y parece dominarlos un ansia caníbal, aunque en realidad son atraídos por cualquier ser con vida. De ser así, los zombies son una regresión a lo que fuimos: brutales animales que ingieren para seguir existiendo. Recordemos que antes de la razón, expresada en las capas más recientes del encéfalo (el neocórtex o cerebro racional), vivíamos una existencia oscura. Según Esquilo, antes de la devoción pedagógica de Prometeo, los seres humanos “miraban sin ver y escuchaban sin oír, y, semejantes a las formas de los sueños, en su larga vida todo lo mezclaban al azar”. Quizás los zombies, entonces, sean un espejo que nos devuelve la imagen de nuestro origen.

El verdadero enemigo. Encontrar algún refugio, así sea precario, implica reunirse con otros sobrevivientes. Al principio todos cooperan para enfrentar la crisis, pero poco a poco, sobre todo si la situación se mantiene, aparecen los defectos de personalidad de cada quien agravados por la competencia, fenómeno inevitable cuando que los recursos se vuelven escasos. La tensión crece hasta el punto que los protagonistas advierten que el verdadero peligro ya no son los zombies, sino los humanos que los rodean: algunos de ellos más crueles, egoístas y voraces que los insepultos que deambulan alrededor. Se trata de una tensión permanente entre lo racional y lo irracional o, mejor dicho, entre una irracionalidad exterior y otra intramuros. Así, los zombies terminan volviéndose un pretexto, un telón de fondo, algo que está allí para molestar. El verdadero peligro no son los muertos que deambulan, sino los vivos que llegan a extremos inauditos por sobrevivir. Solo en esas etapas de dura supervivencia la humanidad encuentra lo peor y lo mejor de sí misma.

Historias de supervivientes. En los refugios temporales surge, de forma inevitable, otra forma de vínculo entre los seres humanos reunidos: el contar la propia historia, es decir, quienes son, de dónde vienen, a qué se dedican (o dedicaban) y cómo fue que lograron llegar allí. Tal costumbre nos acompaña desde los orígenes de la humanidad, cuando el clan se reunía alrededor del fuego para compartir lo que sucedió en el día. En esos encuentros todos intentan alguna explicación sobre lo que enfrentan, pero también comparten información útil (como el hecho de que los zombies sólo mueren cuando se les atina a la cabeza). Algunos más confían en la ayuda que podrá llegar y otros caen en la desesperación, Estas historias representan un microuniverso y cada una puede ser un cuento distinto dentro de una gran novela. Historias dentro de otras, como la propia vida, pero en medio de un escenario apocalíptico.

El fin de la inocencia. Los zombies no tienen piedad de ningún tipo, así que no respetan a niños, mujeres indefensas o enfermos. Como lo podría considerar cualquier depredador, las víctimas indefensas son las más sencillas de atrapar (lo que brinda un considerable ahorro de energía), por lo que no experimentan consideraciones de ningún tipo para devorarlas. Eso lleva a un siguiente fenómeno: el terror que brota de la aparente inocencia. Es decir, nada más peligroso en la mitología zombie que un niño contagiado por una mordedura y nada más aterrador que un niño o una niña zombie, pues el instinto de protección se incorpora al terror y la victima queda paralizada. No es extraño en las películas el caso de niños que terminan devorando, sin piedad, a sus progenitores. Es justo reconocer, además, que el género de terror siempre echa mano de los niños maléficos, por su gran efectividad para el impacto en la mente de los lectores o espectadores. Es fácil explicar, entonces, que toda película o serie zombie incorpore a un niño o una niña aterrando a los protagonistas.

Matar a los muertos. Parece fascinante la idea de sobrevivir para dedicarse a matar zombies. Ese gusto deriva de un ansía homicida contenida en cada uno de nosotros, pero reprimida por la cultura (cristiana, en nuestro caso) de respeto a la vida. Pero el zombie es un ser humano que ya no lo es. Ya está muerto, así que se le puede volver a matar con impunidad y sin signos de arrepentimiento. Después de todo, portamos dentro de nosotros a un asesino, lo mismo que a un cazador, un sembrador y un pescador. Quizás sea, como lo dijo Whitman, que somos inmensos y contenemos multitudes. Por ello, los golosos por la violencia experimentan un gran placer cuando algún protagonista logra hacerse de un arma automática de gran capacidad con la que puede matar, legítimamente, a decenas de muertos caminando. Lo mismo puede decirse del francotirador cómodamente instalado en un alto nido donde puede ejercitar su puntería con las cabezas de los muertos que deambulan por allí. Digo, suena mejor que dispararles a los patos en la feria.

Metáfora de la sociedad. Ya se ha dicho que los zombies reflejan el destino de las multitudes en su eterno e inconsciente vagar. Lo que no se dice es que toda historia zombie implica la aparición de supervivientes, unos cuantos que tienen la conciencia de que todos los demás son muertos caminando. Si, muertos errantes comiendo y lastimando todo a su paso, sin propósitos profundos, condenados a un eterno vagar como almas en pena o como en el cuento de Poe, El hombre de la multitud. Aquí los esclarecidos forman una casta, un grupo selecto dotado de conciencia que teme a la masa zombie, cierto, pero a la vez se sitúa por arriba de ella. Algo similar ocurre con los afortunados que dominan a las sociedades de nuestro tiempo, colocándose por encima de los dilemas del empleo y la supervivencia. Sólo los que tienen acceso a los recursos y encuentran una vida cómoda, desde la Grecia antigua hasta nuestros días, pueden reflexionar sobre lo que ocurre alrededor. Por supuesto, como en todo grupo dominante los esclarecidos no sólo son del bando bueno: también existen los perversos.

El poder zombie. Los zombies son fáciles de combatir en lo individual, pues no se mueven muy rápido o, mejor dicho, se mueven todo lo rápido que les permiten sus putrefactos miembros. También son, como el mito nos informa, vulnerables en la cabeza (así como existe un talón de Aquiles, tenemos un cerebelo zombie). Esto en cuanto a la mitología clásica del zombie, pues existen variantes cinematográficas donde esos inconscientes corren a toda velocidad y saltan como competidores olímpicos, pero no se trata de zombies puros (son los contagiados por el virus de la furia en las películas 28 Days Later y 28 Weeks Later, llamadas en México “Exterminio” y “Exterminio 2”, o los zombies desproporcionados de la patética World War Z). El poder del zombie, entonces, es su naturaleza hambrienta que los lleva a un avance inexorable, pero también su tendencia a la masa, ya que si bien se ignoran entre sí tienden a unirse formando peligrosas hordas que aplastan cualquier defensa hasta saciarse o ser exterminados. Esta condición de masa de los zombies (Canetti habría sido feliz analizándolos) los asemeja a nosotros, los que formamos hordas para disfrutar conciertos, ver algún deporte o castigar sin juicio y excesiva crueldad a los condenados por la opinión pública (recordemos las masas de salvaje algarabía que rodeaban a los crucificados en el imperio romano, los quemados en la hoguera por la Santa Inquisición o los que son sometidos a la furia anónima de las redes sociales).

En suma, disfrutar una historia zombie parece algo más complejo que lo imaginado al principio. Detrás de la pasión zombie parece ocultarse algo profundo y digno de ser analizado.

Lo cierto es que si nos tocara en suerte disfrutar de los extraños placeres que reporta un apocalipsis zombie, podremos recordar a Jean de la Bruyére (en una cita que amaba el mismo Edgar Allan Poe): “¡Qué gran desgracia no poder estar solo!”.

Zombies cotidianos

Fecha: 11 de julio de 2016 Categoría: Apocalipsis Zombie Comentarios: 0

Adoro a los zombies pero películas y series sobre ellos ya me hartan. Deberían filmar a una horda de insepultos deambulando mientras miran obsesivos su celular. Tendrían más credibilidad.

Apocalipsis Piojo

Fecha: 13 de junio de 2016 Categoría: Apocalipsis Zombie Comentarios: 0

Los piojos son una especie persistente. Nos acompañan, quizás, desde el amanecer de la especie. No dudo que los piojos de hoy sean descendientes de parásitos similares que anidaban entre los tupidos matorrales de los primeros homínidos. El caso es que siguen entre nosotros y reaparecen con una especial virulencia. Cuando cursaba la primaria, en la escuela Ignacio Manuel Altamirano de Colima, llegaban de vez en cuando brigadas de salubridad a rascar las cabezas de los infantes. En mi caso eso era un drama, pues tenía el cabello muy chino y el cepillado era con peines de dientes finos y duros. Lo peor es que nunca me encontraban nada, así hubiera una epidemia en esos momentos. Año tras año el drama se repetía. Llegaban las brigadas, encontraban piojos en todos lados menos en mi cabeza, aunque no lograba evitar el dolor del rabioso cepillado en búsqueda de liendres. El caso es que mucho después, en plena era del internet, los celulares y el Netflix, siguen apareciendo brotes piojosos en las escuelas, sin importar que sean de las públicas o las privadas. En efecto, hasta en los colegios caros llega de repente la plaga y las horrorizadas madres de familia corren a comprar tónicos insecticidas a las farmacias. Es como una pesadilla. Pero yo, a la fecha sigo sin experimentar los pasos de algún piojo sobre mi cabeza. Creo que ya nunca lo sabré, pues ya ni pelo tengo y -como dicen mis hijas- los pobres «no tienen ni dónde agarrarse», pero así era desde que tenía mucho cabello. Debe ser algo en el PH de mi cabeza. Una vez soñé que los piojos transmitían una enfermedad terrible que diezmaba a la población del mundo. Los sobrevivientes tenían que raparse para evitar los contagios, lo que había cambiado de forma radical los criterios de la estética. En ese escenario devastador los inmunes seríamos muy apreciados y envidiados, pues andaríamos sin pendiente por el mundo gracias a la ventaja biológica que el azar depositó en nuestras cabezas. El sueño pasó, pero me quedó el temor si tal desatino podría ocurrir algún día. Sería terrible, claro, pero si llega a suceder los inmunes como yo seremos la última esperanza de la humanidad en medio del apocalipsis piojo. Estaré preparado por si ello ocurre y ustedes me necesitan.

Plantas contra Zombies

Fecha: 2 de junio de 2015 Categoría: Apocalipsis Zombie Comentarios: 0

Tuve un amigo que cargaba a todos lados con un rústico casco atado a su cintura. Un casco muy pesado, tan pesado que jamás lo vi ponérselo en la cabeza, ni siquiera en los momentos de combate. Era un estorbo. Le pregunté la razón. Me dijo que tenía un capricho: si un día era contagiado del virus zombie quería ponérselo bien ajustado durante la agonía, así sería más difícil que lo eliminaran en su deambular por la Tierra. Pensé que había jugado mucho a Plantas contra Zombies antes de la Gran Epidemia.