Apuntes de la categoría: Gotas Góticas

El baño

Fecha: 14 de agosto de 2019 Categoría: Gotas Góticas Comentarios: 0

Un viudo llega a su hogar solitario. Se cansa de mirar la televisión y se mete a bañar. Alguien toca suave la puerta del baño y escucha una voz conocida que dice: «¿Tardarás?»

Coartada

Fecha: 19 de julio de 2019 Categoría: Gotas Góticas Comentarios: 0

Él no pudo suicidarse ―concluyó el detective a cargo― pues a la hora en que murió estaba lejos de aquí. Tiene testigos que lo confirman.

Noctámbulos

Fecha: 13 de abril de 2019 Categoría: Gotas Góticas Comentarios: 0

Algunos lugares no son gratos y esconden la cara durante el día. Se encandilan con la luz y se apartan. El sol los ciega y pasan desapercibidos. Se olvidan de sí. Hibernan. Pero apenas oscurece se vigorizan como vampiros, Iluminan su rostro de cal y argamasa con la luz que a ellos les gusta, la que oculta sus grietas, la que disimula su deterioro. Entonces se lucen y muestran atractivos con quienes pasan. Allí los hombres se ven bien y las mujeres atractivas, pero es sólo por el instante. También ellos y ellas ocultan su pésima fachada. Esos lugares que arrojan su propia luz y rehuyen la verdadera son una trampa. Atraen a los insectos noctámbulos para luego devolver su cascarón hacia la nada.

Una vez en ese hospital

Fecha: 4 de abril de 2018 Categoría: Gotas Góticas Comentarios: 0

Hace algunos años salí de visitar a un amigo que habían operado de la vesícula en el Hospital Inglés de la Ciudad de México. Ya era tarde y tenía ganas de irme a mi departamento a descansar (en esos años yo vivía en esa ciudad), pero recordé que no me había lavado las manos. Soy obsesivo al respecto. Si no me lavo las manos a cada momento siento que traigo impregnados todos los gérmenes del mundo. La sensación es más apremiante, como es lógico, si salgo de un hospital. Entré a un baño. Se veía limpio y solitario. Me lavé con cuidado. Cuando estaba secándome una figura se paró a mi lado. La miré en el espejo. Un señor maduro, de ojos claros, comenzó a lavarse también las manos. A primera vista le encontré un notable parecido con el actor Max Schreck. Me miró desde el espejo del lavabo y me dijo, casi en un susurro:
—¡Le parece que me veo bien?
No entendí la pregunta en un primer momento. Lo miré. No había sorna. El señor había expresado sus palabras con seriedad. Me imaginé que se refería a estar bien peinado o bien vestido. Le dije que sí, que se veía bien.
—Es algo de mi personalidad. Siempre termino viéndome bien, haga lo que haga, me vista como me vista, a cualquier edad. Incluso aunque ya esté muerto.
Dijo sus palabras con mucha calma y con un elegante acento que no identifiqué. Pensé que estaba un poco trastornado. Decidí seguirle el juego.
—Si usted está muerto se ve muy bien. Me gustaría verme así cuando yo lo esté.
Mis palabras parecieron gustarle. Sonrió. Entonces lo miré con más cuidado. El señor tenía una venda cubriéndole el cuello. Contrastaba con su camisa de un tejido suave y color discreto, bajo un saco de color lavanda a cuadros que se veía muy agradable.
—Usted no tiene miedo. No es de los que tienen miedo con facilidad, ¿verdad? —me dijo.
Le respondí que no, que casi nunca me asustaba y menos de los muertos. Sin embargo, cuando dije esas palabras sentí un ligero temblor frío en mi nuca. Después de todo el lugar estaba solo y siempre desconcierta estar con alguien inesperado. Más aún si el tipo no parecía muy cuerdo que digamos. Pero bueno, tampoco era para salir corriendo. El señor se veía muy serio y tranquilo. Además, era mucho menos corpulento que yo. Decidí añadir un comentario provocador.
—No intente asustarme con historias de muertos en un hospital como éste. El hospital se ve muy nuevo. Dudo que tenga una gran historia de fallecimientos.
El señor me miró con simpatía. De repente abrió la boca y soltó un gorgoteo extraño, como si trajera la garganta llena de viscosidades. Levantó los ojos claros como si estuviera mirando al techo hasta ponerlos en blanco y dijo, con voz entrecortada:
—No… yo fui uno de los primeros.
Cuando quise volver a mirarlo ya no estaba. El baño seguía tan solitario como cuando llegué. Por unos segundos no supe si estaba dormido o seguía en ese baño del Hospital Inglés.
Terminé de secarme y salí. Afuera estaba un policía adormilado. Lo saludé, recogí una credencial que había dejado allí y me fui hacia el estacionamiento.
Me sucede mucho eso: encontrarme con personas extrañas. Haga lo que haga, me vista como me vista, en todo lugar y a cualquier edad me encuentro con personalidades dignas de reseña. Incluso me topo, más de la cuenta, con muertos raros que hacen preguntas absurdas. Debe ser algo de mi personalidad.

Pasos que descienden

Fecha: 1 de diciembre de 2017 Categoría: Gotas Góticas Comentarios: 0

Escribía en mi lugar favorito cuando escuché unos pequeños pasos bajar por la escalera. No quise voltear. Seguí escribiendo como si no pasara nada pero atento a lo que ocurría. Es parte de un pequeño ritual que pocas veces comparto con alguien. Ocurre de vez en cuando, si estoy sentado en ese mismo lugar a un lado de la escalera que lleva al segundo piso. Entonces, como suele pasar, percibí la imagen de un niño descendiendo, tomando algo del suelo y volviendo a subir con pasos apresurados, como temeroso de que alguien pudiera sorprenderlo. Nada fuera de lo común, quizás, pero ningún niño vive aquí. Alguien quizás se alarme de lo que digo, pero yo lo dejo pasar. Ya estoy acostumbrado. La primera vez me sorprendí, miré de prisa y hasta dejé escapar alguna exclamación de sorpresa, pero la imagen se desvaneció y nunca pude recuperarla. Así me sucedió en otras ocasiones. Siempre que intenté mirar al niño o incluso hablarle, el encanto se rompió y el lugar volvió a su habitual silencio. Ahora ya no lo intento. Sólo lo dejo en paz. Me imagino que es un pequeño fantasma que desciende de una escalera que sólo existe en sus sueños, para tomar algo que dejó olvidado antes de irse de este mundo. No lo sé. Tampoco intento explicarlo de más. Sólo se lo permito. El día que muera, que espero no sea pronto, intentaré comunicarme con ese niño si es que todavía anda por aquí. Le diré que deje de usar esa escalera, que no tiene caso bajar por algo que ya no existe y volver a subir con pasos apresurados. Le diré también que es mejor dejar los pendientes por la paz y buscar qué es lo que sigue. Pero si no logro convencerlo, intentaré hacerle compañía y bajaré con él cuantas veces sea necesario para ayudarle a recoger eso que dejó olvidado en el suelo. Lo haré hasta que entienda que eso es absurdo y que deberíamos ir a otro lugar. Quizás entonces algún nuevo inquilino se pregunte la razón de que, muy de vez en cuando, cuando esté por allí sentado en lo que fue mi lugar favorito, pueda ver la figura de un niño y de un adulto voluminoso que descienden obsesivos por esa escalera para recoger algo del suelo y después subir apresurados. Quizás sea algo divertido. Espero que, al menos, ese nuevo inquilino tenga la decencia de dejarnos subir y bajar todas las veces que queramos, sin molestarnos con miradas directas, exclamaciones de sorpresa o burdos intentos de comunicación. En esta vida o la otra se debe dejar en paz a los que andan por allí, bajando, subiendo y recogiendo cosas olvidadas.