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El vidente de los gestos que se piensan

Fecha: 29 de junio de 2018 Categoría: Me gusta Comentarios: 0
Me gusta saber lo que se dice a sí mismo quien me mira desde lejos, pues así como algunos pueden leer los labios yo puedo ver con claridad los gestos que se piensan.
 
No es una cualidad: es un embrujo. Saber leer las formas que se acumulan en alguna cabeza, las destinadas a una guarida secreta, puede ser una sentencia.
 
Antes esas figuras caprichosas me decepcionaban o preocupaban, ahora las tomo como son: instantes donde la cabeza se revuelve, antes de que impere el sentido común y el otro o la otra levanten la mano en un saludo o sonrían con necesaria cortesía.
 
Un día miré que alguien me aborrecía, pero admiré su aplomo al saludarme con cierta calidez que quiso pasar por afecto. Eso me pareció una proeza, siendo yo tan evidente en mis malos modos y en mis apasionados rechazos.
 
«Eso es hipocresía», dirán algunos. No lo creo así. Es más bien la inevitable sociedad de nuestros días.
 
Lo mejor fue cuando, cierto día, vi una combinación de suaves formas que por instantes llegaban al desenfreno. Las dibujaba en su cabeza una chica que me miró al pasar, mientras su cara denotaban hastío. Yo era muy joven entonces y quise correr tras ella, pero algo me contuvo. No era timidez, que no la tenía, sino una certeza que llegó a mí de repente: algunas figuras de la mente deben quedar tan sólo en el intento. Son parte de lo cotidiano, pues lo no vivido parece imperar sobre la vida que sigue su curso aquí afuera.
 
Muchos gestos (y con «gestos» quiero decir tanto: formas, figuras, bultos entrelazados, signos en suspenso, plasticidad de las ideas) no deberían jamás ser vistos, pero yo los veo. Quizás entonces debo aprender a olvidarlos.

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Fecha: 22 de diciembre de 2017 Categoría: Me gusta Comentarios: 0

Me gusta el mar con el agua revuelta y la arena apelmazada, sin atardeceres estúpidos, sin gaviotas ni mareas mansas…

Me gusta el mar que no engaña, el que quiere tragarte, el monstruoso, el sombrío, el que te mira impotente porque nunca le crees y, aunque lo tienes al frente, le guardas distancia.