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Aquella reunión difícil

Fecha: 1 de junio de 2016 Categoría: Memorias de Batalla Comentarios: 0

Un día asistí a una reunión difícil. Una señora exigía una compensación por cierta decisión que la afectaba y que consideraba una injusticia. Su contraparte era un funcionario maduro y bien intencionado que intentaba ─según me confesó─ darle una respuesta favorable, si bien no estaba convencido de que la razón asistiera a la señora. Me dijo: “ella está equivocada, pero no quiero decirle que no, mejor trataré de apoyarla. Claro, hasta un límite razonable”. Le dije que estaba de acuerdo. A veces se piensa que los funcionarios pueden hacerlo todo, pero su actuación está muy ajustada a límites legales y presiones de control, así que toda concesión es un riesgo. La señora llegó acompañada de un abogado y comenzó la reunión. Yo estaba allí como una instancia de mediación y para respaldar al funcionario en la decisión que se tomaría. Muchas reuniones o discusiones se vuelven un referente para el análisis: es fácil advertir en cuál de las dos partes priva la razón y en cuál la ofuscación, en cuál la mayor parte de verdad y en cuál la mayor parte de mentira, en cuál la sensatez y en cuál la locura. Eso lo saben bien todos los que desempeñan por algún motivo una función de mediación. En este caso la intolerancia estaba del lado de la señora y la parte razonable parecía representarla el funcionario. No crean ustedes que eso es algo raro: lo he visto muchas veces. Muchos funcionarios que percibimos con agresividad demuestran ser un dechado de buenas maneras y algún pacífico ciudadano se vuelve una fiera en una gestión sin importancia. En fin. Aquí no sólo era eso: la señora se mostraba muy agresiva y parecía querer herir con cada palabra, mientras que el funcionario respondía con amabilidad y un tono tranquilo, como queriendo llevar la conciliación al extremo. En algún momento pedí la intervención del abogado, quien intentó aconsejar a la señora para que aceptara la propuesta del funcionario. Le dijo, palabras más, palabras menos, que parecía “un buen acuerdo” (y ya se sabe la máxima de los abogados: preferible un mal acuerdo que un buen pleito). La señora se mostró muy ofendida. Consideraba a la propuesta de negociación una burla y pedía veinte veces más que eso. Incluso se molestó mucho con el abogado. Quizás pensaba que la obligación de un asesor jurídico era respaldar toda exigencia en lugar de aconsejar moderación. En algún momento la señora se volvió a discutir hasta conmigo, que sólo estaba allí intentando mediar en beneficio de las dos partes. Intenté hacerle ver que sus demandas sobrepasaban lo razonable y por mucho, mientras que la propuesta del funcionario era muy digna, sobre todo considerando que no podía ser obligado a brindarla. Eso no le importó. Siguió discutiendo con enojo y rayando en los límites de la ofensa, hasta que la paciencia del funcionario llegó a su límite. Fue una lástima, pues había demostrado serenidad y buena disposición por mucho rato. Se levantó de la mesa, pidió disculpas, dijo unas palabras sin mucho ánimo y se despidió. Las palabras fueron: “no tiene caso seguir escuchando improperios, que todo se resuelva en el juicio, aquí sólo estamos perdiendo el tiempo. Hasta luego.” Y se fue. La señora se molestó aún más. Gritaba que todos los funcionarios de México y del mundo éramos unos rufianes, corruptos y prepotentes que merecíamos la muerte. Yo me apresuré a irme de allí antes de que me fuera a golpear con su bolsa. Unos días después me llamó el abogado de la señora. Me dijo que la señora ya había entrado en razón y que estaba dispuesta a aceptar el trato, pero que ahora quien ya no quería saber nada del asunto era el otro funcionario. Le dije que ya no estaba en mis manos la decisión. Lo entendió y se despidió. Después supe que el caso duró mucho tiempo y que nunca se resolvió del todo. Creo que en algún momento la señora hasta se desistió del ardoroso empeño que la motivaba. Claro, tenía que pagar un abogado para un largo juicio (el mal pleito, que es la pesadilla de los procesos judiciales). Después, reflexionando un poco sobre el asunto, me di cuenta que la posición de la señora no era tan extraña. De hecho, todos estamos en riesgo de reproducirla. A veces nos encerramos en nuestro punto de vista, que consideramos el único válido, y pretendemos que la realidad se amolde a nuestras palabras y nuestros deseos. Pero la realidad es escurridiza y muchas veces, a pesar de mostrarse bien dispuesta hacia nosotros, se levanta y nos deja solos peleando con el mundo.

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Fecha: 26 de noviembre de 2012 Categoría: Memorias de Batalla Comentarios: 0
Te asomas a la ventana y dices: se acabó.
El enemigo no toca hoy a la puerta.
Hoy ganaste.
Es cierto que ninguna victoria es para siempre.
Quizás mañana alguien toque
pero tú estarás listo para combatir
y pobre del que piense que estás vencido.

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Fecha: 26 de noviembre de 2012 Categoría: Memorias de Batalla Comentarios: 2
Algunos murieron sin ser heridos
alguna línea cruzaron
sin retorno
y su cabeza fue contada entre las bajas

21

Fecha: 26 de noviembre de 2012 Categoría: Memorias de Batalla Comentarios: 0
Señor…
¿Qué hago yo aquí?
Sólo matar y apretujarme
Señor…
 Sí señor.

20

Fecha: 26 de noviembre de 2012 Categoría: Memorias de Batalla Comentarios: 0
Guardar el deseo en la bolsa para imaginar que persiste en la distancia…
o recoger los deseos que otros llevaron cargando
para compartirlo con aquéllas que quisieron esperarlo.
 
Conservar esos deseos recogidos de aquellos que cayeron
mantenerlos en cada intervalo
soplarles para reanimarlos
pasarles la lengua para hidratarlos
sin perder la secuencia de los caídos
los que se hundieron
con cada deseo apretujado