Llorar es respirar. En el primer llanto le decimos al mundo que ya llegamos. Es el anuncio de que la vida sale a respirar… ¿por qué entonces nos avergonzarán las lágrimas?
Si al nacer lloramos por primera vez, ¿entonces todo el llanto que viene después es renacer?
El llanto del cielo es llover. Hasta se parecen: llanto, llover. Lágrimas que fertilizan el suelo.
La lágrima que corre labra la mejilla, humedece el alma, fertiliza la piel, vuelve maleable la costra de los días.
Si se agotara la lluvia vendría una estación seca, la erosión. Erosión es el suelo vuelto polvo y olvido. Sin llorar también se erosionaría nuestra mirada y se disiparía en polvareda.
Sequía es anhelar el agua. Cuando no llueve esperamos que llueva. Lloramos mientras tanto. Nuestras lágrimas anticipan a la lluvia.
Lloramos, nuestra agua no se agota. Es un don de nuestra especie: tenemos manantiales para satisfacer el goteo de las tristezas. Un río subterráneo corre bajo el estanque de los ojos.
Es un portento de lo humano: producir agua salada para derramarla por el mundo.
¿A dónde van las lágrimas que nadie ve?, ¿sirven para algo?, ¿o será que sólo existe el llanto que es mirado?
Aquellos que lloran de alegría no merecen el perdón. El mundo sólo gusta del llanto de pena y dolor.
Sé de quienes lloran en silencio, en tímido lloriqueo. Absurdo. Es mejor llorar a todo pulmón. Sin el llanto como aviso, como llamada, nadie llegará a dar consuelo. Ahora que lo pienso también se parecen: llanto, llamada, llegar.
El sollozo es aberrante. Es un simple balbuceo del llanto. Llorar es algo fuerte y duro, es un gesto orgulloso que sirve para curtir el alma.
Llorar es humedecer las penas para que se apresuren a reverdecer y dar fruto.
Llorar es aceptar que algo de nuestro dolor vale la pena.