Ella no teme, aunque podría.
Quizás por guardar la vida,
la suya y la que ya no está,
prolongadas en semilla de posteridad,
bulbo, botón, posibilidad.
Esa vida triple:
la que es, la que fue y la que será.
Lo hace con la certeza de un destino,
como si tantas vueltas,
de “aquí hacia allá”,
de lo que amó y dejó de amar,
de lo que pudo ser y no fue,
se resolvieran en el “aquí está”.
Ella lo sabe, sin padecerlo…
Sólo lo vive,
acumulando energías para lo que vendrá.
Y logra hacerlo
―portento reservado a unas cuantas―
sin perder esa sonrisa de niña,
como si cada sinsabor fuera deleite,
cada amargura confitura.
Sabe que la vida es breve,
que como llega se va,
más no le preocupa,
sabe también lo que es eternidad.
Y sigue sonriendo
como esa niña
que quiere besar, reír, vivir, recordar…
Pero también olvidar.