¿Audaces?

Fecha: 13 de septiembre de 2016 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

El toxoplasma gondii es un parasito intracelular con manías de control. Si, suena extraño pero tiene el poder de manipular la conducta y trastornar a los organismos donde se hospeda. Cuando entra en contacto con las ratas, por ejemplo, se incrusta en sus glóbulos blancos y genera sustancias (neurotransmisores, en realidad) que inhiben el miedo y provocan una reacción lenta frente al peligro. La consecuencia es una rata o un ratón osado, que se pasea impunemente entre los gatos y puede llegar a atacarlos. Los gatos reaccionan al principio con sorpresa, pues todo lo antinatural es extraño, pero después recuerdan que el temerario roedor, aunque agresivo, es en realidad un bocado y lo devoran. Eso es lo que quiere el parásito, pues los roedores no son su prioridad. Ya dentro del gato, el toxoplasma gondii encuentra las condiciones propicias para reproducirse: los intestinos del felino doméstico. Su retorcida descendencia sale por las haces del gato y termina contaminando a más roedores para reiniciar ese tétrico ciclo. Por supuesto, este parásito puede entrar en contacto con los humanos y de hecho, un alto porcentaje de la población lo alberga sin consecuencias severas, ya que nuestras defensas naturales lo contienen. Advirtamos que no todo es culpa de los gatos. A esta doméstica especie solemos atribuirle maldades inauditas, muchas veces sin razón. En realidad es más fácil que tan desagradable inquilino ingrese a los organismos humanos por culpa de las verduras y carnes mal cocidas, ya que el parásito abunda en los fertilizantes naturales (muchos de ellos tienen, por desgracia, heces de gatos y otros animales). El problema es que en algunas ocasiones el parásito logra vencer las defensas humanas, se incrusta en nuestro sistema y altera neurotransmisores como la dopamina y el GABA, lo que provoca reacciones similares a las que sufren los roedores: se desactivan las alarmas frente a los peligros, se reacciona con lentitud en los eventos de riesgo y, en casos severos, surgen los síntomas de la esquizofrenia. Ahora lo entiendo todo: esos hombres y esas mujeres capaces de proezas donde la vida se pone en riesgo no son, en realidad, más valientes que yo. Puede ser que, afectados por el toxoplasma, perdieron los mecanismos de previsión y alerta frente al peligro. Hasta es posible (sospecho) que algunas maravillosas osadías de la humanidad —el viaje del Argos, el alpinismo, el buceo de grutas submarinas, las guerras mundiales y la conquista de la luna— fueran motivadas por el parásito y no por el arrojo humano. Espero que nadie levante la ceja por ello, pero quizás nuestros grandes emprendedores de imposibles fueron, en realidad, una especie de zombies controlados por un parásito diminuto que arruinó su cordura y paralizó sus instintos de supervivencia. Por eso digo: ya no me sentiré humillado frente a los valientes que desafían el vacío en paracaídas o los sangrones que parecen disfrutar los juegos más radicales de la Feria de Todos los Santos. Quizás estén enfermitos, los pobres.

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