Corcholatas y fut

Fecha: 16 de agosto de 2016 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

Cerca de la competencia mundial de Argentina 1978, cursaba la primaria en la escuela Ignacio Manuel Altamirano, contigua al Jardín de San Francisco y contaba con casi diez años de edad. Por esos años una empresa de refrescos presentó un novedoso juego que hizo furor entre los niños. Con cierta cantidad de corcholatas y un pago extra se adquiría una cartón que asemejaba una cancha de fut y una pequeña pepita ovalada de plástico que funcionaba como el balón. Las corcholatas contenían, en el reverso, el rostro de los jugadores de todos los equipos del mundial, entre ellos, claro, los mexicanos, así que había que adquirir o conseguir muchas para integrar debidamente los equipos. El chiste era que un jugador, con su selección completa, presionara suavemente la pepita de lado, con cada corcholata, lo que la hacía avanzar. Con la práctica la pepita podía dirigirse hacia otra corcholata, hasta llegar a los delanteros, o bien apuntarse con relativa precisión hacia la portería enemiga. El otro jugador no podía arrebatar el esférico, sino esperar una mala puntería del adversario para recuperar la pepita y realizar su propio avance. El juego era muy entretenido y los niños nos poníamos a celebrar verdaderos mundiales durante la hora del recreo. Todos estábamos emocionados con la expectativa de México, equipo al que se había promocionado mucho, y sentíamos que podíamos llegar al campeonato. Era una esperanza vaga, por supuesto, ya que la selección mexicana ni siquiera había logrado ir al mundial anterior, celebrado en Alemania, pero los niños sólo sabíamos que iríamos al mundial y queríamos ganarlo. Quizás la euforia tenía origen en el carisma de algunos de los jugadores, como el «Wendy» Mendizábal (muy jovencito y sonriente) y Leonardo Cuéllar (dueño de una fabulosa melena que se agitaba con cada paso) o en sus llamativos apodos, como el de Víctor Rangel, «El Tanquecito» y Arturo Vázquez, «El Gonini». También jugaba por allí Hugo Sánchez, que aún no se convertía en la figura internacional que sería después. Una gran decepción fue confirmar que los mexicanos éramos un mal equipo, sin reales posibilidades competitivas. Fue aquel nefasto mundial donde la selección perdió, incluso, contra un equipo que no ha logrado hasta la fecha volver a competir en un mundial, Túnez, por 3 a 1. También perdimos contra Alemania por un ofensivo 6 a 0 y hasta con Polonia, también con 3 a 1, consumándose una de las peores actuaciones del equipo mexicano en toda su historia. Los niños de mi escuela enfrentamos una amarga desilusión. Hasta las maestras comentaban los resultados en clase y recuerdo a la mía, de cuarto o quinto año, explicando algo que sigo escuchando hasta la fecha: que la culpa no era de los jugadores, sino de los directivos y, claro, de los malvados políticos mexicanos (ya se sabe que los políticos son culpables de todo lo malo y jamás una causa de lo bueno: son la excusa perfecta del país, lo que nos lleva a olvidar que la política es siempre un reflejo de la sociedad en la que está inscrita). El caso es que los niños dejamos de usar las fichas de la selección mexicana y comenzamos a utilizar otros equipos de corcholatas. Las favoritas fueron, en sustitución, las de Brasil y Argentina, pero se evitaba con desdén las de Alemania, Túnez y Polonia. Poco a poco el vistoso juego de mesa (o de suelo) se olvidó y las corcholatas se perdieron. Algunos niños persistieron unos años en su emoción por el fut y la selección, hasta que unos pocos años después llegó otra decepción con la eliminación de México en el «premundial» celebrado en Honduras, que impidió la participación en el Mundial de España 1982. Creo que mi distancia con el fut viene de esos años y de unas corcholatas que terminaron arrumbadas en la alacena hasta que, un buen día, mi madre las tiró a la basura junto con mis sueños infantiles de campeonato.

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