El dilema del gato

Fecha: 28 de mayo de 2019 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0
Entre la libertad y la seguridad toman distancia los modelos políticos. No es una dicotomía menor: algunas naciones se muestran orgullosas de ser un poco más libres (más democráticas y republicanas, por ejemplo), mientras que otras se burlan de esa aparente libertad, respondiendo que es preferible satisfacer la seguridad social y económica de sus habitantes (mayor igualdad, aunque se acompañe de menos derechos políticos). Entre ambos extremos aparecen muchas soluciones a medias.
 
Ese curioso dilema geopolítico, con mucho sabor a la crisis de los hemisferios, se manifiesta nítido en el caso de mi gato, el famoso Sinatra. Con ese nombre es fácil suponer que es un gato blanco, esbelto y de ojos azules. Es además un gato afortunado: vive cómodo en mi casa, bien alimentado y mimado por mis hijas, a cuyos apapachos es adicto. Aun así, de vez en cuando se asoma a la ventana y expresa de muchas formas su ansiedad por integrarse con los gatos del barrio y compartir sus aventuras. Son toda una pandilla, como la del mismísimo Don Gato. Mis hijas también los alimentan y a veces se reúne un coro de maullidos a la puerta de mi casa, a la espera del gesto nocturno de sus benefactoras: por lo general un plato con alimento granulado y otro con agua. Los gatos del vecindario también son mimados por Mayo, mi simpática vecina, que además les procura el alimento más sabroso que puede conseguirles, desde carne hasta mariscos. Nada mal para unos gatos arrabaleros.
 
Entre los gatos parroquianos hay uno de mirada cadavérica, modales huraños, ritmo lento y pelaje sarnoso, que ya fue bautizado por mis hijas como “El Zombie”. Intentaré una foto en estos días para que comprueben la veracidad del apodo. Le queda como anillo al dedo o, mejor dicho, como listón a la cola. Otros integrantes de la pandilla aún no tienen nombre oficial. Entre ellos tenemos a un gato negro y un gatito de igual color, que por el parecido imagino son padre e hijo o mínimo parientes. También llega otro, muy elegante, de color gris oscuro y uno más moteado de blanco y negro. En fin, toda una colección de timbres y tonalidades felinas.
 
Esos gatos sobreviven como pueden al día. Si bien ya están “engridos” en mi casa o en la de mi vecina Mayo, viven en general una vida azarosa, llena de peligros, que pasa por libertad. Deben mirar con envidia al fifí de ojos azules que mira ansioso desde la ventana. En cambio, Sinatra, si bien no disfruta de la libertad de salirse de casa (mis hijas aún no lo permiten, por temor a que no regrese), vive una vida digna de un marajá hindú. Quizás un día pruebe la libertad y le resulte fascinante. Entonces no regresará. Pero quizás advierta que la dichosa libertad es un puro sobrevivir a como llegue el día y entonces volverá de inmediato, si es que puede (pues toda libertad entraña peligros).
 
Me imagino que la disyuntiva del Sinatra es la de todos: algunos se proclaman como amantes de la libertad y la exaltan con todos los recursos de su elocuencia. Quizás lo hacen porque viven con la panza llena y el corazón contento, pero no dudo que quienes sobreviven con esfuerzo estén dispuestos a perder su libertad por comer bien y satisfacer sus necesidades primordiales. Este dilema, en fin, no es sólo de mi gato. Quizás sea el de quienes deambulamos por el mundo: después de cenar nos asomamos por la ventana y lanzamos un maullido nostálgico, anhelando un poco de aventura.
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