El ejercicio del día…

Fecha: 22 de febrero de 2017 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

Unas agradables señoras se reúnen todas las mañanas en la esquina de un jardín donde a veces, sólo a veces, voy a caminar. Llegan temprano, bien peinadas, con bellas prendas deportivas, se colocan en la esquina y se disponen a platicar de pie durante una hora o mucho más. No es un platica casual. Por sus gestos y ademanes da la impresión de una charla en forma, como si estuvieran sentadas tranquilamente en un café o un bar. Al concluir la rutina se despiden, intercambian abrazos y besitos y se van tranquilamente a seguir con sus vidas. Verlas tan contentas me da envidia. No todos piensan como yo. Un amigo que hace por allí sus ejercicios matutinos parece aborrecerlas. Les da esa categoría, nada grata, que descalifica a las mujeres comunicativas, mientras sigue sudando en sus propios empeños, corriendo con rabia por el lado duro del jardín. Yo sigo caminando despacio y en cada vuelta las señoras me parecen no sólo agradables, sino más afortunadas que yo. Después de todo el ejercicio, si bien busca la salud, muchas veces la estropea. Quizás tonifique lo cardiovascular pero deja otras secuelas. Tengo amigos, excelentes trotadores, que a estas alturas ya no pueden ni caminar. Además, el ejercicio también parece un recurso para evadir la soledad y los que se dedican a esculpir con obsesión su cuerpo me parecen los seres más solitarios de la existencia. Si todos tuviéramos la oportunidad de salir a charlar con los amigos un buen rato por la mañana, en lugar de ir a quemar unas cuantas calorías sacrificando rodillas y ligamentos, quizás nuestra vida sería un poco menos sana pero sin duda más feliz. Aunque, pensándolo bien, también podría ser un poco más sana, pues con las buenas charlas se disipan más fácil las angustias (ésas que provocan los infartos) que con esos ciclos fatigosos donde gotea la premura. Para la siguiente vez que vaya al jardín ya tengo una estrategia: daré unas vueltas sigiloso y saludaré en cada ocasión a las señoras. Quizás, con un poco de suerte, me inviten a chismear y me incorporen al grupo de forma permanente. Si me ven un día por allí déjenme en paz. Todo será por mi salud y mis rodillas perdurarán.

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