El golpe contenido

Fecha: 2 de julio de 2019 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

Para mí Muhammad Alí (Casius Clay) es una personalidad digna de reflexión y en más de una de sus múltiples facetas: su historial olímpico (medallista de oro) y profesional (campeón del mundo en tres ocasiones), sus soberbias cualidades físicas (allí está el documental Facing Alí para comprobarlo), su maravilloso estilo como boxeador, su capacidad para inscribirse en los libros de historia, su estilo fanfarrón y provocador, su capacidad para el show-business, sus controvertidas posiciones políticas, su inspiración religiosa, su conciencia de clase y de raza, su firmeza al encarar el poder de las instituciones, su entereza para desafiar lo “políticamente correcto” (incluyendo la noción del patriotismo bélico norteamericano), su oratoria desaforada (una lengua ingeniosa y trepidante, podría decirse), su capacidad para construir poemas satíricos, su infinito talento para destruir verbalmente al adversario, su descomunal ego (anclado en la realidad, eso sí), su extraña genialidad en el momento de las peleas, la invención del propio personaje que encarnó en público (con talento teatral) y su tenacidad para remontar los escenarios adversos hasta llegar de nuevo a la cúspide.

Pero lo más extraordinario de Alí es algo que casi pasa desapercibido y que demostró en su combate más famoso: cuando enfrentó al campeón mundial George Foreman, en 1974, en Kinsasa, capital de lo que hoy es la República Democrática del Congo y en ese momento era Zaire. Un combate que algunos consideran el más importante del siglo XX (el documental When we were kings, que fue ganador de un óscar en 1996, explora esa fantástica pelea)

Foreman no era un rival sencillo. Era más joven, fuerte y corpulento que Alí. Además, estaba en su mejor momento como campeón del mundo: había destrozado a todos sus oponentes y golpeaba “como si lo hiciera un camión a 60 kilómetros por hora” (al decir de uno de sus sobrevivientes). Alí lo enfrentó con una estrategia digna de su mente compleja: recibió el castigo durante siete rounds sin perder nunca la concentración y devolviendo todos los golpes que pudo frente al imparable Foreman, un rudo guerrero que siempre se ve marchando hacia adelante, sin dudar, implacable.

En dos momentos de la pelea, Alí intento contratacar, pero percibió que su rival se mantenía sólido y volvió a su estilo defensivo. No fue sino hasta el round ocho cuando sintió que Foreman se descuidaba y atacó con una velocidad sorprendente. Unos golpes certeros a la cabeza y Foreman comenzó a desplomarse. Alí preparó el golpe decisivo, pero se contuvo. Ese es el momento brillante. Lo narró muchos años después el mismo Foreman:

“El mejor golpe, probablemente, de todo el combate, nunca hizo impacto. Mientras yo caía, intentando sostenerme, él me vio tambaleándome. En ese momento cualquiera hubiera dado el golpe de gracia. Yo lo habría hecho. Él se preparó para lanzar la derecha, pero no lo hizo. Por eso, en mi opinión, es el mejor boxeador de la historia”.

Notable: el gran boxeador sabe que puede ganar con un golpe final, pero se contiene, mostrando respeto por el rival que cae “como un árbol en el bosque”.

Es impresionante que, en ese momento decisivo, con tanto en juego (la gloria, la riqueza, la oportunidad de volver al campeonato, en fin), Alí hubiera decidido no dar el golpe decisivo, que por añadidura no fue necesario. Por eso coincido con Foreman: eso demuestra que fue el mejor deportista de su especialidad, pues no veía al rival como un enemigo, sino como un antagonista que merece respeto.

Golpes sin necesidad y casi en la lona pueden dar muchos salvajes de espíritu pequeño.

El golpe que se contiene, para mí, es la verdadera categoría del genio y del espíritu superior.

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