Una mujer que debe leerse es Karen Horney, quien en sus inicios se inscribió en la escuela psicoanalítica, pero terminó como disidente de ella, formulando sus propias e interesantes teorías. Una de esas teorías, bastante luminosa, es la diferenciación entre el “yo real” y el “yo ideal”.
Sin profundizar aquí, diremos que todos tenemos esa dualidad: un “yo real” que sentimos poco agraciado y torpe comparado con un “yo ideal”, que es como nos vemos, como suponemos que pueden vernos los demás o como desearíamos ser vistos.
Algunos ejemplos, burdos si se quiere, pueden ilustrar esas dos formas del “yo”:
-Si soy una persona conflictiva, que todo lo discute y que tiene rasgos intolerantes hacia los demás, supondré que soy una persona proactiva, que gusta decir las cosas con franqueza y que defiende sus ideales.
-Si soy una persona con serios problemas para reconocer la autoridad y acatar las reglas, me diré que soy un amante de la libertad, un rebelde o incluso un revolucionario.
-Si soy una persona floja, dada a la pereza y la indecisión, podré concebirme como una persona reflexiva y serena que analiza todo antes de actuar.
Podríamos seguir hasta el infinito.
Incluso hay personas que siendo de una forma se ostentan como todo lo contrario.
-Hay hombres que desprecian a las mujeres, por ejemplo, pero se ostentan como adalides de las causas femeninas.
-También existen mujeres que odian a los hombres por algo, pero que adornan su impulso esencial con argumentos de justicia y reivindicación.
Para Horney esta dualidad existe en todos nosotros, pero algunos la llevan a extremos, lo cual es una de las expresiones de la personalidad neurótica o disociada de la realidad.
En esos extremos el “yo ideal” llega a suplantar al “yo real” hasta que casi se vuelve invisible.
Horney añade un maravilloso punto de vista: ese dominio del yo idealizado sobre el real llega ser una forma del famoso “pacto con el diablo”, del que tanto habla la literatura.
Al pactar con lo no real, vivimos una vida falsa, fuera de la realidad, persiguiendo una idealidad que está alejada de lo que somos.
Pactamos con lo no real, hasta que llega el momento final, el de la muerte y es cuando nos damos cuenta de que vivimos engañándonos, pero sin poder engañar a Dios.
Me imagino que llegaremos con el Creador y le diremos que en realidad fuimos buenas personas, pero él nos dirá la verdad. Y si no existe el Creador, nadie podrá engañarse a sí mismo en el momento de la muerte, cuando el yo ideal ya no tenga necesidad de existir y nos deje desnudos frente a la realidad que agoniza.
De forma constante vemos que los peores maleantes, narcotraficantes y asesinos van a misa, hacen donaciones y hasta intentan hacer algo de bien con sus ganancias ilícitas. Deben estar engañándose y diciéndose: “hago cosas malas, pero en realidad son una persona buena que hace lo necesario para sobrevivir y ayudar a los demás”. Si claro. Es su yo ideal intentando sepultar al yo real, pero en el momento final se darán cuenta que estaban pactando con el mal.
Una vieja película de Alan Parker, con las actuaciones de Robert De Niro y el extraordinario Mickey Rourke, Angel Heart (conocida en México como “Corazón Satánico”) es muy elocuente al respecto. Allí se ve con claridad el conflicto entre lo que somos y lo que creemos ser o, mejor dicho, lo que nos hemos convencido de ser.