Mi tía Sofía, a la que llamamos cariñosamente, «La Chofis», posee un don especial (o una maldición si ustedes quieren). Adora los partidos de fut, en especial los de la selección mexicana, pero nunca puede ver los goles a favor, pues siempre que se levanta a medio juego para abrir el refri y servirse alguna bebida o preparar una botana, la selección anota. Es algo increíble, mágico y en ciertos momentos espeluznante. En este mundial ocurrió lo mismo: cuantas veces se levantó al refri nosotros terminamos coreando el gol de la selección y ella terminó corriendo para ver, al menos, la repetición. Por supuesto, si se emociona con el juego y no se levanta de su lugar, México termina sin anotaciones. Así ocurrió en el encuentro con Brasil. A mi tía Chofis le encanta ver jugar a los brasileños, que porque juegan muy sensual, dice, como si estuvieran bailando samba. El caso es que no quiso ni levantarse, con el resultado que todos conocemos. Por lo menos tampoco nos anotaron a nosotros, ni siquiera con el tal Neymar. Eso sí, en el juego contra Croacia, se levantó tantito antes del minuto 72, un poco adormilada, para prepararse un café y cayó el primer gol del Rafa Márquez. Todos gritamos de emoción y mi tía regresó apresurada. Como es lógico, la exhortamos ruidosamente para que volviera a levantarse, pero ella se negó, que «porque el partido se había puesto rebueno». En fin. La convencimos dos o tres minutos después y mira nada más, que anota Guardado. Todos en la familia nos sentimos viviendo un momento mágico y mi tía Chofis comenzó a percibir que lo suyo era un gran poder, no una maldición, esa maldición que la hacía renegar en todos los mundiales. Para comprobarlo, se volvió a levantar a la cocina con cualquier pretexto, a eso del minuto 82 y créanlo o no, fue cuando cayó la anotación de Javier Hernández. Total, que mi tía fue la heroína de la tarde y sus proezas fueron la materia común de las conversaciones familiares. Por supuesto, los sobrinos y toda la parentela de La Chofis le contamos a todo mundo la historia y, a pesar de que recibimos alguna palmada solidaria y una que otra sonrisa de comprensión, supimos que nadie nos creyó. La historia fue interpretada como una afortunada coincidencia. Así pasaron los días hasta que llegamos al juego contra Holanda. En la familia quisimos aprovecharnos de su don y en cierto momento del juego le pedimos que fuera a la cocina. Y sí, como si fuera magia, México anotó su gol en medio de la algarabía familiar. Uno de mis primos, emocionado, comenzó a tuitearle a Miguel Herrera para contarle que en nuestra casa poseíamos la clave para conquistar el campeonato del mundo. Mi tía, por supuesto, se sintió especial en ese momento. Creo que llegó a imaginarse como invitada de algún programa deportivo, de los que tanto le gustan, o incluso de alguno más divertido, como Ventaneando, porque deben saber que La Chofis no se pierde los chismes y es admiradora del Bisoño, o Bisogno, o como se diga, y de Pedrito Sola. El partido siguió corriendo y mi tía se quejó de que la selección se quedaba atrás. Incluso vaticinó que si seguían así en cualquier momento nos anotarían el del empate. «¿Qué le pasa al Piojo?», dijo con desesperación. Un tío, que se las da de mucho mundo (fue marinero), dijo que eso ocurre siempre con los temperamentos latinos: si vamos ganando queremos que ya se termine el partido y si vamos perdiendo nos damos por perdidos, al contrario de algunos europeos, que juegan al cien todos los minutos del juego. Un primo dijo que eso es cierto, que los alemanes, por ejemplo, son como los zombies, inexorables, que siempre puedes contar con que seguirán llegando a dar lata hasta el último minuto del partido. Todos estuvimos de acuerdo y la angustia se nos quedaba entre las muelas, como chicle. Y sí, ocurrió lo que tanto temíamos y había pronosticado La Chofis: el gol del empate. Entonces, asustados, exhortamos ruidosamente a mi tía para que fuera al refrigerador. Así ocurrió durante muchos minutos. Mi tía se levantaba, acudía presurosa al refri, lo abría, destapaba un refresco y hasta preparaba rápidas botanas frías y regresaba a sentarse, pero nada. Cuando nos marcaron ese injusto penal y Guiillermo Ochoa se tiró al otro lado de la dirección del balón, casi arrojamos a la tía Chofis a la cocina, pero pasaron los minutos y nada. Uno de mis tíos dijo que a lo mejor el hechizo funcionaba si la tía se sentaba y se levantaba de repente a la cocina. Y deberían haber visto a La Chofis sentándose en el sillón, levantándose y corriendo a la cocina a preparar culqquier cosa en los angustiantes minutos del último tramo del partido. Pero nada. Nunca cayó el gol que tanto esperamos. Mi tía se sentó fatigada y descompuesta. Todos comentamos un poco del partido y nos fuimos dispersando como llegamos. La única que se quedó viendo los comentarios finales fue mi tía Chofis, sin duda decepcionada por todo. Ese día no perdió la selección. Nosotros perdimos la confianza en el poder de mi tía y ella perdió la oportunidad de ser invitada a La Jugada, a Los Protagonistas y hasta a Ventaneando. Ya ni modo. Para el otro mundial veremos lo que pasa.
Sin duda el poder de la tía Chofis es inimaginable y mágico, ella y su familia no deben dudar de el gran don que tiene, tal vez su habilidad funciona sin darse cuenta, y en esta ocasión no funcionó por el simple hecho de levantarse de su lugar sabiendo y queriendo que se anotara un gol. Sigan animándola y no la presionen.
Excelente historia.
Si pierdes la esperanza, lo habras prerdido todo.
Si pierdes la esperanza, lo habras perdido todo.