Esa voz…

Fecha: 7 de noviembre de 2016 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

Una de mis tareas por esos años era atender llamadas especiales, las relacionadas con algún trámite pendiente. Los asuntos que no podía resolver una señora que era la secretaria del despacho. Me hice experto en eso a golpes de experiencia. Una vez recibí una llamada de la oficina de Reforma Agraria. El senador con el que trabajaba era del sector campesino, así que sobraban los trámites de ese tipo. Un voz femenina me pidió cierta información que no recuerdo, pero que solventé con cierto éxito. Me dio las gracias y colgó. Después llamó otra persona de esa misma oficina, quería unos detalles adicionales de un informe o algo así. Le respondí y nos despedimos. En los ratos libres me ponía a leer algo de la escuela, pero apenas iniciaba con eso cuando la secretaria me pasó una nueva llamada.
—Son otra vez de Reforma Agraria, dicen querer hablar con usted.
Suspiré y volví a tomar el teléfono. Era otra voz femenina.
—Le llamo para preguntarle si ya llegó un oficio que le enviamos ayer…
—Si claro —respondí —de hecho ya les comenté a otras personas que llamaron antes que ya lo recibí y lo estamos tramitando.
—Excelente… ¿no quedó alguna duda o algo que usted quisiera comentar con respecto a ese tema?
Me pareció muy extraña tanta insistencia, pero seguí respondiendo esa y otras preguntas con profesionalismo y buen ánimo, hasta que por fin la interlocutora se despidió.
Al día siguiente llegué al Senado, en la calle de Xicoténcatl, pues era allí donde trabajaba después de mis clases. Me instalé en la oficina y me dispuse a ordenar algunos pendientes. La secretaria me interrumpió.
—Aquí están unas compañeras de Reforma Agraria, que quieren pasar con usted.
Me pareció rara una gestión directa pero las hice pasar. Entraron. Eran tres mujeres de mediana edad, pero aún atractivas. Me miraron con curiosidad sin sentarse. Yo usaba pantalón y chamarra de mezclilla, de las que estaban de moda. A veces me ponía un traje, como es lo usual en la Ciudad de México, Pero ese día no. Una de las mujeres dijo:
—¿Tú eres el de esa voz aguardentosa?
No supe qué decir.
—¡Qué decepción! Nos imaginamos un norteño grandote, bigotón y guapo, no un chiquillo que ni le sale barba todavía. Ni hablar. Gusto en conocerte…
Y salieron divertidas al pasillo, donde por un buen rato seguí escuchando algunas risillas, como las que hacen las mujeres cuando cuchichean en complicidad.
Me sentí aturdido por un rato. Después me animé a salir a cumplir otras tareas. Cuando me retiraba me dijo la secretaria del despacho, una señora mucho mayor que las de Reforma Agraria.
—No se crea, «lic» Rubén, usted no es tan feo.
Le di las gracias, aún cuando todavía dudo que las mereciera, antes de alejarme rápido de allí.

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