Vivimos en la era de la prisa. Todo queremos hacerlo rápido y pasar a otra cosa. No sabemos bien qué es lo que sigue, pero necesitamos seguir corriendo tras eso. Los dispositivos tecnológicos que acortan distancias, que nos localizan y nos ponen en contacto de inmediato, no lograron dilatar nuestro tiempo ni brindarnos calma. Al contrario, nos dieron nuevos motivos para hacer más cosas en menos tiempo y para seguir tras la vida con premura. Incluso, frente a los problemas y retos de lo cotidiano queremos responder con prisa, casi en lo inmediato, lo que nos lleva a elegir lo obvio, lo evidente, lo primero que parece ser la solución. Con tal celeridad los problemas no se resuelven en realidad y los retos terminan postergándose. Einstein decía que no era tan inteligente como todos suponían, sólo se quedaba más tiempo con las preguntas en lugar de arrojarse a las respuestas. Estoy de acuerdo: mirar los problemas y los retos desde todos los puntos de vista nos permite localizar la respuesta más adecuada, no la evidente. Lo evidente es un espejismo de la prisa. Es una trampa para los apresurados.