Una mujer mira el mar mientras yo la miro desde lejos.
Quiero acercarme a ella y preguntarle lo que mira, lo que piensa cuando mira o quizás lo que añora mientras mira al mar.
Me adelanto unos pasos.
Dudo.
Tomo fuerza.
Avanzo.
Vuelvo a dudar.
Sigo mirándola mientras sigue mirando el mar.
Su cabello se mece mientras mira y yo siento mecerme al ritmo que se mece su cabello mientras la miro mirando el mar.
Debe ser muy claro su cabello, ese cabello que se mece y hace mecerme, pues refleja al mar, ese mismo mar que ella no deja de mirar.
Debe ser bella.
Debe serlo.
Quiero que lo sea pues se ve maravillosa mientras la miro mirando el mar.
Quizás sonría mientras mira al mar o quizás esté dejando caer alguna lágrima que yo podría secar, en lugar de seguir mirando desde lejos a una mujer que mira al mar.
Un joven se le acerca.
Camina con decisión.
Lo envidio.
Ni siquiera es mejor parecido que yo, pero es más valiente por no dejarse intimidar por una mujer que mira al mar.
Pero quizás no sea valiente.
Puede ser su amigo, su hermano, su novio y entonces no tendría motivos para sentirse temeroso de aproximarse a una mujer que sigue mirando al mar.
Le dice algo.
Quizás la está saludando y busca un motivo de conversación.
No, no puede ser su amigo, ni su hermano, ni su novio.
Si así lo fuera le hablaría con menos formalidad y aquí parece pedir su permiso, como si acabara de conocerla.
Maldito.
Lo envidio.
Yo sigo paralizado mirando a una mujer que mira al mar mientras otro llega sin agobio y la interrumpe en su mirar.
Al parecer ya obtuvo su permiso.
Ya se sentó a su lado.
Quizás sólo se sentó sin esperar la respuesta, pues mientras él habla ella sigue mirando el mar.
Al parecer conversan, pero ahora los dos miran el mar.
No puedo escucharlos pues estoy muy lejos, así que quizás no estén conversando.
Quizás él sólo pidió su permiso para mirar el mar junto a ella y ella lo permitió.
“Claro que lo permitió”, deduzco, pues si no estuviera de acuerdo ya se habría levantado y dejado de mirar el mar.
Quizás se siente un poco incómoda, pero prefiere aguantar al impertinente y no dejar de mirar el mar.
Ahora yo estoy mirando desde lejos a una mujer que mira al mar y a un impertinente que se sienta cómodamente al lado de ella y la acompaña mirando el mar.
Siento el fracaso en la boca, salado como el agua del mar que ella y él están mirando mientras yo los miro desde lejos.
Pero… Un momento.
Ella parece decir algo.
Levanta el brazo y señala a lo lejos.
El se levanta para mirar aquel punto indescifrable en el horizonte del mar que los dos están mirando.
Debe ser algo muy lejano, pues yo no puedo verlo, a pesar de que es el mismo mar el que ahora miro en lugar de verlos a ellos y el que ellos están mirando.
Ahora ya se levanta ella y los dos miran de pie el mar.
Después caminan.
Se acercan a ese mar que antes miraban juntos mientras yo los sigo mirando.
Ya llegaron al mar.
El duda un poco.
Ella le toma la mano sin dejar de mirar el mar.
Siguen caminando.
Yo los miro desde lejos mientras el agua de ese mar que siguen mirando les llega a la cintura.
Siguen sin dejar de mirar el mismo mar.
Ahora el agua les llega al cuello, pero no dejan de avanzar mientras miran el mar.
Los sigo mirando hasta que ya no puedo distinguir sus cabezas.
Espero un largo rato, esperanzado de mirarlos nadar alegremente en ese mar, el mismo mar que antes ella miraba a solas y que después miraron juntos mientras yo los seguía mirando.
Pero no, ya no los pude mirar.
Sólo me queda seguir mirando el mar.
Quizás mientras lo miro vuelva a ver otra sirena sentada por allí mirando el mar.
Hermosa, muestras la leía imaginaba esa sensación de tranquilidad que refleja el mar.
Gracias Ana