Labios prensiles

Fecha: 11 de diciembre de 2018 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0
Le recordé a mi amigo, en plena ebullición de la charla, una frase bastante conocida de Bukowski: «encuentra lo que amas y deja que te mate». Para mí es una frase con razón. A veces deambulamos sin sentido, como animales salvajes tras la cadena correcta. Cuando la encontramos nos dejamos maniatar hasta quedar exangües y sin voluntad. Después comenzamos a morir. Pero a veces tenemos suerte y la cadena se debilita, pierde resistencia y se desmorona. Entonces volvemos a la libertad, aunque un poco de nuestra carne se perdió en aquellos lances. No importa. Peores cosas se pierden entre los matorrales de la vida. Una día atravesaba unos y descubrí mi carne hecha jirones. «Ya me crecerá más piel», me dije. Era cierto. Me quedan algunas cicatrices, pero la piel volvió a cubrir las rendijas. Es una piel poco atractiva, rosácea y mal trazada, pero es piel y eso cuenta. Platicaba de esto con mi amigo cuando me interrumpió para decirme que la metáfora del animal salvaje le parecía desagradable. Como quería impresionarlo con mi bamboleo verbal, intenté la misma idea con otro enfoque. Le dije, entonces, que en realidad somos unos monos tras la rama propicia. La idea pareció más de su gusto, según me dijo, pues a final de cuentas somos primates y no hace muchos nos columpiamos con deleite por los árboles. Entonces seguí: nos la pasamos buscando esa rama a la cual agarrarnos para sentirnos con cierto propósito y cuando la encontramos nos solazamos en ella, aunque sea una rama ingrata, pues no todas las ramas valen la pena. En efecto, algunas ramas son quebradizas y nos abandonan en el vacío. Otras son rugosas y afiladas, por lo que sostenerse allí implica un sacrificio. Otras más parecen idóneas para nuestro agarre, pero son tramposas, pues nos brindan una sensación de comodidad que puede anclarnos allí, hasta hacernos olvidar la exploración de otros árboles, quizás más cómodos y seguros. En fin. La plática se desvío y siguió por los vericuetos de la prensilidad, es decir, la adaptación de órganos o apéndices para agarrar o sujetar. Mi amigo me dijo que no sólo son prensiles las manos, los pies y las colas en la naturaleza, sino también los labios. Eso no lo sabía. Me aclaró que eso ocurre entre los caballos, los orangutanes y los rinocerontes. «Labios prensiles», pensé. Fascinante. Entonces recordé unos labios que me aprehendieron una vez. Unos labios dúctiles que parecían aferrarse a mi ánimo y dejarme untado en ellos. Debe ser cierto. Entonces me desentendí de la plática y me quedé recordando esos labios tan parecidos a las cadenas o las ramas, hasta que se me olvidó todo lo que estaba diciendo.
Compartir en

Deja tu comentario