El otro día me pasó algo muy extraño. Subí, por travesura, a una pequeña ladera, un tanto empinada, cercana a un lugar donde me había reunido con vecinos de Manzanillo, durante un evento del Mes Colimense de la Lectura y el Libro. Me sentí a punto de caer. El suelo se deslizaba bajo mis pies. Estaba pensando en cómo bajarme cuando de repente muchas niñas y niños se subieron a acompañarme. No sé de dónde salieron tantos. Me rodearon y se apoyaron en mí. Sentí que me caería con todos ellos, lo cual hubiera sido ridículo, por una parte, pero por otra muy peligroso, pues de caer los arrastraría a todos ellos. Hice un esfuerzo de concentración y me aferré al suelo, tan sólo con mis pies, todo lo que pude y aguanté los tirones de las niñas y niños que se apoyaban en mí para subir. En un instante, como si fuera algo mágico, tuve una visión: el destino me ponía una pequeña prueba. Si lograba sostenerme era que podía hacerme cargo de algunas tareas más para sostener a niñas y niños en riesgo de caer. El caso es que lo logré. Con mucho cuidado fui ayudándolos a bajar y al final bajé yo, tratando de no despeñarme en un tropezón final. Al llegar al suelo vi la pequeña ladera. Parece increíble que un pequeño juego entrañe tantos desafíos. Quizás así sea la vida.