Las extrañas estrategias para alcanzar el recuerdo…

Fecha: 4 de agosto de 2018 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

Eróstrato

Un día de julio del 356 a. C., un griego delirante incendió el templo de Artemisa (la diosa que los romanos llamarían Diana), una de las siete maravillas del mundo. Su propósito fue la fama y con ella la inmortalidad, es decir, la pasión por la gloria y la alegría de escuchar proferir el propio nombre. Así, al destruir el templo quiso salir del cruel anonimato y lograr el recuerdo para siempre.

Cuando confesó sus alucinantes motivaciones se prohibió ‒bajo pena de muerte‒ el registro de su nombre. El propósito de las autoridades de la época fue lógico: no querían que una intención tan ruin perdurase entre las futuras generaciones y pudiera convertirse en un ejemplo a seguir.

Por desgracia, las medidas resultaron insuficientes contra este vándalo y pirómano (términos que no existían en ese momento, por cierto, pues la tribu de los vándalos aún no entraba en la historia y el significado de “pirómano”, aunque dotado de una etimología griega, fue acuñado hasta 1883 por un psiquiatra francés). Su nombre fue recuperado por los historiadores y trasladado hasta nuestros días. Se trata de Eróstrato o Heróstrato.

De esa forma, el ambicioso destructor del sagrado templo lo consiguió y muchos siglos después seguimos recordándolo. De hecho, ese nombre se mantiene como un referente, pues aún se llama “erostratismo” a la manía que lleva a cometer actos delictivos para conseguir renombre, un padecimiento vigente hasta nuestros días. Eso se demuestra en nuestro país con el famoso corrido, ese mal rimado género donde se exalta la fama de energúmenos, traficantes y homicidas (quizás seamos injustos: debemos reconocer que algunos corridos son fabulosos).

Salir del anonimato al que podría estar condenado un hombre sin educación formal ‒y sin ganas de seguir las reglas‒ es quizás una tentación superior a la riqueza. Eso podría explicar la peculiar forma de pensar de hombres como Pablo Escobar, el Chapo Guzmán y muchos otros, que parecían deleitarse con el recuento de sus fechorías y la resonancia de sus delitos.

La psicología identifica un “Complejo de Eróstrato”, trastorno que lleva al individuo a intentar sobresalir y convertirse en el centro de la atención, aún con los métodos más aberrantes.

Tal complejo no debe sonar extraño, pues es más fácil destacar por lo terrible que por lo edificante.

Eróstrato, vaya, logró un éxito mayor al esperado, pues incluso es citado por escritores inmortales como Miguel de Cervantes y Baltazar Gracián.

Cada cual por su camino, pero algunos logran que su nombre perdure, a pesar de todo.

Asesinar al famoso

Una variante de esa peculiar estrategia por lograr la inmortalidad es la de asesinar al famoso, una tentación de acceso a la fama más común de lo que puede creerse.

Tenemos por ejemplo a Pat Garret, el sheriff del Condado de Lincoln, cuyo único signo de reconocimiento por la posteridad es la cacería y posterior homicidio de un famoso bandido de la época, uno de los más famosos y legendarios del oeste fronterizo (una historia repetida hasta la saciedad por el cine).

Claro, Garret fue un hombre con cierto prestigio en su vida: cazador de búfalos, cowboy, aspirante a político (fue candidato al senado) y jugador experto, además de un nombre notable por su estatura (más para la media del momento), pues se dice que pasaba del metro y noventa. Pero, su fama entre la posteridad consiste únicamente en ser “el hombre que mató a Billy the Kid”.

Fue tanta la notoriedad que adquirió por este hecho que incluso publicó un libro ‒pésimo, almibarado y farragoso‒ llamado “La verdadera historia de Billy the Kid”, que es leído hasta la fecha como una curiosidad y sin pretender encontrar un testimonio fiel de los acontecimientos. Es incluso probable que el citado libro haya sido redactado por algún escribiente poco ejercitado en la buena literatura y muy dado a las palabras rimbombantes.

Podría incluirse en este grupo a David Chapman, un obsesivo y desequilibrado sujeto que planeó asesinar a John Lennon con la intención precisa de ser reconocido. Con esa alucinante intención le disparó cinco balas por la espalda, apenas unas horas después de conseguir su autógrafo en el álbum Double Fantasy.

El complejo Ford

Un caso extremo es el del famoso Robert Ford, un personaje oscuro y tímido que pareció idealizar desde niño al famoso bandido Jesse James, uno de los personajes recurrentes del cine western (como ejemplos, entre muchos, tenemos Jesse James, de 1939, dirigida por Henry King, The Long Rides, de 1980, dirigida por Walter Hill y The Assassination Of Jesse James By The Coward Robert Ford, de 2007, dirigida por Andrew Dominik, que es todo un poema audiovisual) Tanta era su obsesión (y su ambición) que terminó matándolo a traición y por la espalda mientras estaba distraído acomodando un cuadro en la pared.  Por cierto, tal es el destino de los hombres de armas, de los que nadie osa desafiar de frente, de los que parecen amplificar el sonido y contener el tiempo en su presencia. A final de cuentas, el valiente vive hasta que el cobarde quiere.

Este Ford bien podría servir como modelo para algún nuevo complejo, pues no es raro que un personaje idealizado por un fanático termine asesinado por éste, sea por rechazo o por decepción. Ejemplos sobran, incluso en el medio artístico (allí está el caso de la cantante Selena Quintanilla, asesinada por la que fue presidenta de su club de admiradores) o en las historias animadas (en la película The Incredibles, de 2004, el villano Síndrome es en realidad Buddy, un niño rechazado por su héroe)

En la tumba de Jesse James, su madre ordenó grabar lo siguiente: “En memoria de mi hijo amado, asesinado por un traidor y un cobarde cuyo nombre no merece figurar aquí”. Pues bien, es cierto que no figuró allí, pero logró pasar a la historia.

De hecho, este Robert Ford o Bob Ford, es conocido hasta la fecha como “el hombre que mató a Jesse James” y mientras vivió aprovechó su nauseabunda fama en espectáculos teatrales baratos, donde recreaba la forma en que había logrado ejecutar al famoso bandido, apoyado por su hermano Charlie.

Era grotesco, se dice, asistir a esas representaciones, donde los hermanos Ford repetían la escena de traición, asesinando una y mil veces por la espalda al legendario James.

En la etapa final de su vida, Bob Ford se dedicó a posar para fotografías y administrar bares donde era la atracción principal, algo similar a lo que hoy hacen los boxeadores retirados. Siempre fue un cobarde y en esa calidad eludió algunos retos a duelo (ningún hombre del oeste podía rechazar estos desafíos y vivir con dignidad) que le sobraron durante años, pues siempre surgía alguien queriendo arrebatar migajas a la fama asesinando a un asesino famoso.

Se tiene el registro de uno de sus desafíos: el que le lanzó un indio mexicano llamado José Chávez y Chávez, todo un personaje del oeste por méritos propios, pues fue integrante de la banda de Billy the Kid y uno de los protagonistas de la famosa Guerra del Condado de Lincoln. Este personaje, también con tintes legendarios, fue llevado al cine e interpretado por Lou Diamond Phillips en las películas Young Guns (1988) y Young Guns II (1990).

En fin, cobardías aparte, después de administrar cantinas en Las Vegas y Colorado, Bob Ford se instaló en Creede donde fue asesinado por un tal Edward O´Kelly, quien para variar también le disparó a traición. Quizás fue algo bien merecido, considerando los antecedentes del caso, pero aquí no se trataba de ultimar a un valiente, sino de impedir que se escabullera un cobarde. De esa forma tenemos que no sólo de valientes están llenos los panteones.

En su propia lápida se escribió: “El hombre que disparó a Jesse James”, es decir, hasta en su muerte Bob Ford intentó aferrarse a la posteridad con el único recurso que tuvo a su alcance.

Por su parte, O´Kelly también logró hacerse famoso, pues se convirtió, como es lógico, en el asesino de un famoso y despreciable asesino, es decir, en “el hombre que mató al hombre que mató a Jesse James”.

La historia del absurdo no termina allí y a su vez O´Kelly fue asesinado por un tal A. G. Paul, que entonces, según la información disponible, logró ser conocido como “el hombre que mató al hombre que mató al hombre que mató a Jesse James”, pero la historia de las villanías no da para tanto y hasta allí acabó la funesta cadena de aspirantes a la fama.

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