Las neuronas disipadas

Fecha: 21 de julio de 2016 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

Lo confieso: me es difícil comprender algunos temas. Mis reflexiones avanzan con velocidad razonable y de repente se estancan, como si fallara alguna conexión entre los circuitos de mi cabeza. No es algo grave, aclaro, pero me desespera en ocasiones. Para intentar resolver el problema acudí con un neurofisiólogo de cierto prestigio, investigador y docente, quien me sometió a una serie de pruebas de reconocimiento. En algún momento me propuso un par de osados experimentos de su propio diseño llamados «sondas neuronales», al parecer muy precisos y sin peligro de generar daños permanentes. Me convenció de aceptar esas incursiones en mi cabeza con un sólido argumento: «Si logro algún día el Premio Nobel de Medicina, diré tu nombre en la cena de gala de Estocolmo, frente al mismísimo rey de Suecia, Carlos Gustavo». Acepté de inmediato. Los experimentos fueron un tanto tediosos y no viene al caso relatarlos aquí, sólo diré que constituyeron una combinación de respuestas sensitivas, el análisis de un líquido que extrajo de la médula espinal y dos o tres sesiones hipnóticas. Pasados un par de meses el investigador me citó para compartir sus conclusiones. Primero me explicó que todos poseemos una corteza cerebral, que se considera la zona de más evolución y la más compleja de la cabeza. Esa corteza es bastante ancha y dominante en los humanos, menos prominente en otros mamíferos y nula en el resto de las especies, lo que prueba su importancia en la inteligencia dominante de los homo sapiens. Esa corteza se forma desde nuestra etapa como embriones y los estudios indican que se crea desde adentro hacia afuera, es decir, algunas neuronas llamadas «células madre» crean grupos de nuevas neuronas que migran desde su lugar de origen, lo más profundo del cerebro, hasta la zona externa, formando una primera capa. Otra generación de neuronas debe atravesar esa capa para formar una segunda y así sucesivamente, como si se tratara de un pan inflándose en el horno. Hasta aquí todo bien. En mi caso, un pequeño grupo de neuronas se rebeló, negándose a migrar a la zona que les correspondía. La hipótesis del investigador es que a estas neuronas les dio flojera atravesar las capas iniciales y no encontraron motivación alguna para ponerse a trabajar en la superficie de la corteza. Entonces decidieron, apartándose de las órdenes recibidas, instalarse en la playa. Claro, aquí pregunté: «¿En la playa…?, ¿pues a cuál playa se refiere usted?» El investigador me comentó que se acomodaron en un pequeño valle frente al líquido cefalorraquídeo. Ese lugar, situado a la vista del llamado Acueducto de Silvio, entre el tercer y el cuarto ventrículo cerebral, constituye todo un paisaje y las neuronas rebeldes se sintieron allí felices y relajadas. Le dije al investigador que me incomodaba tener un acueducto con un nombre distinto al mío, que si no podría llamarse «Acueducto de Rubén». Me dijo que era el nombre general del citado acueducto en honor a su descubridor, un químico y anatomista francés. En fin, el investigador logró identificar con toda claridad el lugar donde holgazanean esas neuronas, que al parecer se dan la gran vida, desconectadas del resto del cerebro, sin más dentritas que las necesarias para solazarse entre sí y sin obligaciones de ninguna clase. Es decir, en plan de vacaciones permanentes. Por esa razón, algunos temas son tan difíciles de comprender por mi: esas neuronas dejaron hueca una parte de mi corteza y a pesar de que otras neuronas absorbieron esas responsabilidades, el esfuerzo no ha sido suficiente. Todo quedó claro entonces. Mientras unas neuronas trabajadoras y responsables dan lo mejor de sí mismas en la tarea cotidiana, otras se dedican a surfear, beben cocteles de dopamina, oxitocina y endorfina, se regodean en su playa privada y quizás hasta hagan el amor mirando el extenso mar de mi líquido cefalorraquídeo. No les importó dejarme lento y torpe, pero debo confesarles que no les guardo rencor: quizás yo hubiera hecho lo mismo. Además, me siento orgulloso de portar dentro de mi algunos paisajes inolvidables, de ésos que incitan a las vacaciones y el placer. Cuando el investigador me mencione en Estocolmo haré un brindis íntimo por mis neuronas disipadas. Salud por ellas.

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