Llamadas gratuitas

Fecha: 30 de junio de 2016 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

Cuando fui a estudiar a la Ciudad de México visité a un par de estimados amigos, mayores que yo, que colaboraban como director y subdirector de cierta área de la Secretaría de Gobernación. Tenian sus oficinas en el viejo Palacio de Cobián, sede de esa importante Secretaría. Mi intención era saludarlos y quizás encontrar algún empleo.No pudieron ofrecerme trabajo, pero sabiendo que era de Colima me dijeron: «cuando andes por aquí pasa a la oficina para que llames a tu tierra y te ahorres la larga distancia». De inmediato le dieron instrucciones al personal para que cuando llegara por allí, aun cuando no estuvieran ellos, me permiteran pasar a la sala de juntas a llamar por teléfono. Agradecí mucho la deferencia y la aproveché siempre que pude. Por esa época trataba de estar en el centro de la Ciudad siempre que podía, a pesar de que vivía en el sur, pues en el centro ocurría lo que me gustaba: las sesiones del Senado donde escuchaba fascinado los debates de Porfirio Muñoz Ledo; las protestas en el Zócalo, donde me gustaba confundirme con los manifestantes para palpar el ambiente; la librería Porrúa y las «librerías de viejo» donde dilapidaba todo el dinero que llegaba a mis manos y por supuesto los viejos rumbos de Bucareli, que huelen a política, un olor que me fascina. No falté, tampoco, a las sesiones de una reforma política, que encabezaba don Fernando Gutiérrez Barrios, una personalidad fascinante. Así que una vez por mes, más o menos, llegaba a Gobernación y pasaba a las oficinas donde me daban acceso. Los emplados me instalaban en la sala de juntas y llamaba por teléfono a saludar a mi madre y mi padre. Todo en orden. Eso lo hice por varios meses. Un día llegué y estaban otras personas en las oficinas. Me preguntaron lo que deseaba y les dije que sólo pasaba a llamar por teléfono, que el director y el subdirector del área me autorizaban a hacer unas llamadas de vez en cuando, Me dijeron que adelante. Así seguí por un buen tiempo sin contratiempo alguno. Una vez, meses después, se me ocurrió pasar a saludar a alguno de mis amigos. Pregunté por ellos a una secretaria que tecleaba con alegría por alli (aún no se generalizaba el uso de las computadoras en las oficinas y las pocas que había coexistían con las máquinas Olivetti). La secretaría me miró extrañada. Me dijo: «no, esos licenciados ya no trabajan aquí, salieron hace casi ocho meses». Me sentí desconcertado, pero disimulé y salí de alli con una disculpa elegante. Quiere decir que seguí llamando por teléfono de una oficina donde nadie me conocía y sólo me dejaban entrar por la fuerza de la costumbre. Parece raro pero sucedía mucho en Gobernación. Alguien hacía algo y se le dejaba hacer, suponiendo que alguien más lo autorizaba. Era un ambiente un tanto misterioso y extraño. Lo sé porque muchos años despues trabajé alli, en otras circunstancias. De cualquier forma no volví a visitar el viejo palacio durante una buena temporada. Quizás debí seguirlo haciendo. Quizás pude seguir llamando gratis por teléfono durante muchos años. Quizás alguien lo haga en estos momentos, vaya usted a saber.

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