Es de agradecerse que los científicos posean cierta virtud con las palabras. Sus descubrimientos o aportaciones adquieren más agudeza y se convierten en algo memorable, más allá de su importancia específica. Por ejemplo, los buzos que descubrieron los restos petrificados de una niña de 13 mil años de antigüedad, en un profundo cenote situado en Yucatán, la bautizaron como Naia, nombre que hace referencia a las ninfas de los cuerpos de agua dulce. Un nombre bellísimo. No importa que la referencia sea griega y la niña del cenote sea uno de los primeros homínidos que caminaron por lo que hoy es el continente americano, en plena era de hielo. El nombre Naia es digno de evocación para esos restos primigenios de los que derivan las poblaciones indígenas americanas.
En cambio, los llamados físicos de partículas (los estudiosos del microcosmos o reino cuántico) bautizan de forma terrible a sus criaturas. Por ejemplo, a una de las partículas elementales de la naturaleza le llaman «Quark up», es decir «Quark arriba». También existe, claro, el «Quark down» (Quark abajo). Por su parte, «Quark» o «Cuark» es una palabra sin sentido acuñada por el físico Murray Gell-Mann, que le pareció divertida porque rimaba con «Mark». Según parece es la onomatopeya del graznido de las gaviotas, «quark, quark», así como el de los patos es «cuac cuac».
Es una barbaridad. Digo, pudieron bautizar a esas partículas de alguna forma un poco más digna y elocuente. Por poquito y le ponen la onomatopeya de un rebuzno (lo cual, dicho sea de paso no estaría tan mal, pues los burros me parecen más útiles al ser humano que las gaviotas).
Por fortuna los físicos de partículas hicieron un esfuerzo y trataron de arreglar eso de los nombres. Otros «quarks» son los llamados «Charm» (encanto), «Strange» (extraño), «Top/Truth» (cima/verdad) y «Bottom/Beauty» (fondo/belleza).
Por fortuna los físicos de partículas hicieron un esfuerzo y trataron de arreglar eso de los nombres. Otros «quarks» son los llamados «Charm» (encanto), «Strange» (extraño), «Top/Truth» (cima/verdad) y «Bottom/Beauty» (fondo/belleza).
Se mantiene la torpeza en los nombres, pero se advierte cierto esfuerzo por llegar a la poético.
En fin, creo que debería existir una comisión de poetas (buenos y auténticos poetas, aclaro) para proponer nombres a los descubrimientos científicos. Eso debería extenderse a otros extraños bautismos, como los nombres de las calles de las ciudades (me imagino que los ponen los ingenierotes que las trazan), los nombres de las herramientas (los deben poner los mecánicos) y otros muchos grupos más, incluyendo los nombres de las personas, pues a cada rato surge una barbaridad.
Es más, esa comisión debería estar atenta a todo, antes de que al mundo lo devore una avalancha de ocurrencias absurdas y aterradoras.