La práctica deportiva regular acarrea diversos problemas físicos. Se lastiman músculos, articulaciones y huesos. Los que corren sufren esguinces, los que nadan pueden ahogarse, los de bicicleta corren peligro de ser arrollados, los que caminan despreocupados son perseguidos por los perros (me pasa a cada rato) y no son raros los casos de apasionados deportistas que enfrentan lesiones más serias con el paso de los años. En fin, eso del deporte es algo de alto riesgo. Ironía: por buscar la salud se dilapida. Quizás resulte mejor evitar el ejercicio y ejercer, a plenitud, la vida contemplativa. Tan grato que es sentarse, servirse una copita de vino tinto y emprender la lectura de un buen libro o disfrutar una serie inteligente. Una delicia. Habrá quien arroje maldiciones al respecto, pero siempre que algo resulta controvertido vale la pena apelar a Churchill. El viejo siempre tenía algo inteligente por decir para casi cualquier tema. Cuando se le preguntó el secreto de su productiva longevidad respondió: mucho whisky, dormir poco y fumar un puro tras otro. El ejercicio, por supuesto, no figuraba en su ecuación. Algunos alegarán que el ejercicio prolonga la vida, pero si la vejez estará llena de achaques deportivos no parece apetecible por más prolongada que resulte. Sé de casos en los que la ansiada longevidad fue menos gozo que pesar. Además, lo dijo Cervantes: el que larga vida vive mucho mal ha de pasar.