Un bello libro de John Le Carré, el famoso escritor de novelas de espionaje: “Volar en círculos” (Planeta, 2016). Allí revela algunos episodios de su carrera literaria y de sus experiencias en el servicio secreto inglés, pasando por las oficinas del MI5 y del MI6 (la última una oficina muy famosa, pues es la sede del famoso James Bond, extravagante personaje de otro gran escritor: Ian Fleming).
Pero los personajes de Le Carré no son extravagantes ni seductores como los de Fleming, son más humanos y cercanos al burócrata común. El más famoso es George Smiley, “un viejo espía con prisas”, como lo describe su propio autor. Es también un personaje taciturno, monótono, pasado de peso, mal vestido (todo lo que un inglés de su generación puede serlo), sin atractivo para las mujeres, casado con una mujer que lo traiciona, pero también es un espía eficiente, un conocedor de las debilidades (propias y ajenas) y muy capaz para desembrollar las más complejas intrigas y llegar a la verdad. Un personaje fascinante por sus contradicciones y pesares.
En ese libro de confesiones, Le Carré evoca sus encuentros con espías reales, con funcionarios aprehensivos de las oficinas de inteligencia y con las oscuras tipologías humanas que rondan por esos ambientes. También pasa lista de algunos famosos traidores o espías dobles, ésos que dejaron su marca histórica por la extraña habilidad de servir no sólo a dos amos, sino a dos ideologías antagónicas (George Blake y Kim Philby, son los ejemplos destacados), sin olvidar a los actores que encarnaron al propio Smiley (como Alec Guinness y Gary Oldman) y diversos escritores del mismo género (antepasados del propio Le Carré) como Somerset Maugham, Compton Mackenzie (más memorista que novelista) y el famoso Graham Greene.
Pero lo más fascinante del libro son las pequeñas cosas que se descubren por allí, como soltadas al descuido. Una de ellas me llamó la atención: se trata de una acusación airada que un ex jefe del servicio secreto le arroja a Le Carré en un brindis: “el Servicio no puede replicar, está indefenso ante la mala propaganda, no es posible alabar sus éxitos y sólo se dan a conocer sus fracasos”. Cierto. Es mucho más rentable hablar de lo malo y no de lo bueno, sobre todo en términos literarios. Los aciertos y los éxitos pueden ser reales, pero es más emocionante asomarse a lo sórdido, a las contradicciones, a los pequeños o grandes desastres, pues a final de cuentas toda novela de espionaje está fundada en una emoción primordial: allí nadie gana por completo.
En eso el espionaje no se diferencia de la vida.