Una humillación bajo la lluvia

Fecha: 26 de julio de 2019 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0
Llegué en medio de la tormenta. Tuve que esperar un buen rato para salir del vehículo. Por fin pude hacerlo. La lluvia y el viento se fueron, pero las calles se volvieron ríos caudalosos y los caminantes se apretujaron en las esquinas para intentar salvarlos. Podría escribirse toda una sociología sobre el paso por las calles después de la lluvia. Unos recogieron un poco su pantalón y cruzaron despreocupados. Otros eligieron esperar con paciencia a que el agua corriera (ventajas de vivir en una ciudad en declive). Algunos vadearon, esperando encontrar un paso más accesible. Yo traía puestos unos zapatos reservados para estos momentos: presentables, pero bien dispuestos para el maltrato. Estaba por cruzar a pequeños brincos (mi propia respuesta sociológica) cuando vi a unas señoras de edad madura esperando cruzar. Parecían mortificadas. Fui hacia ellas y les ofrecí mi ayuda. Puse mi pie como montículo y les di la mano como respaldo mientras se apoyaban en él. No parecían muy cómodas con eso. les daba mucha pena, pero logré convencerlas. Las amables señoras lograron el cruce con pocos daños en sus propios calzados y me dispuse a seguir por mi camino con satisfacción, como si fuera un scout cumpliendo su deber del día. Entonces llegó un muchacho con aspecto cansado. Parecía tener toda una jornada laborando en alguna obra de albañilería. Miró hacia los lados y descubrió una casa en remodelación, que a mí me pasó desapercibida. En unos minutos ya traía en la mano un par de gruesos ladrillos que colocó con estrategia sobre la corriente. Quedaron perfectos. Después pasó con tranquilidad y elegancia. El paso de ladrillos se volvió un puente de alto tránsito: todos comenzaron a utilizarlo. Yo me quedé allí, mirando el improvisado pero generoso puente. No cabe duda que la inteligencia práctica es algo que no tiene que ver con la educación formal o con la función que desempeñamos en la vida. Si poseemos cierta distinción social es por suerte, no por nuestro supuesto talento. Ese muchacho brindó algo más útil y perdurable que mis esfuerzos de unos momentos antes. Si se tratara de lograr algo digno de memoria, mis afanes se disiparían como el agua en declive, pero la obra del muchacho perduraría con una prolongada utilidad social. Me encogí de hombros y seguí caminando, con un pie adolorido y remojado. Bastantes humillaciones me dejó este lluvioso día.
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