Una lección involuntaria

Fecha: 19 de mayo de 2016 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

En los años 90, apenas concluyendo estudios, tuve la oportunidad de colaborar en la Cámara de Diputados del H. Congreso de la Unión, en San Lázaro. Para mi era muy placentero deambular por esos pasillos, participar de alguna forma en comisiones, sentarme a disfrutar las sesiones y escuchar todas las conversaciones que podía, tratando de aprender un poco de política y del funcionamiento institucional. Sé que para muchas personas escuchar debates parlamentarios sería una forma de tortura, pero para mí era todo lo contrario. Me gustaba sentarme y escuchar por horas una discusión. Por desgracia, los buenos debates son escasos y casi todo el tiempo el uso de la tribuna asemeja un diálogo de sordos, donde cada quien dice lo que cree que debe decir sin llegar a conclusión alguna. Una vez, cuando llegaba a una importante sesión donde se discutiría una reforma delicada y controvertida, me encontré a Luis H. Alvarez, que en esa época era, según recuerdo, el Presidente del PAN. Lo acompañaban algunos jóvenes, que quizás serían militantes de su partido. Salían de la sesión relajados y con buen humor. Una joven le preguntó a don Luis: «¿no le preocupa el debate?». Don Luis la miró con su eterna mirada de abuelito y le dijo, según recuerdo, lo siguiente: «claro que no, ya está discutido y acordado, aquí sólo queda el espectáculo». Para mi fue una revelación. Claro, sabía que existían las negociaciones previas entre las cúpulas partidistas y que lo esencial ya estaba acordado antes de pasar a la discusión abierta, pero no es lo mismo escucharlo de forma tan clara y por un protagonista del poder. Después de eso ya no volví a mirar esas discusiones. Me di cuenta que sólo eran los arrebatos desesperados de las fracciones legislativas que habían quedado fuera de los grandes acuerdos, pues la votación se daría de una forma establecida con anticipación. Con el tiempo supe que los mejores debates legislativos se dan, precisamente, cuando los acuerdos se rompen, pero eso ocurre en muy raras ocasiones. Aquella fue una gran lección y me la dio, sin saberlo, ese gran político que fue Luis H. Álvarez. El no lo sabe y ni siquiera me conoció, pero es bueno ser agradecido con quienes nos dan una enseñanza a lo largo de la vida. Gracias don Luis y buen viaje después de tan larga e interesante vida.

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