Gracias a ti, mi Dios

Fecha: 9 de noviembre de 2020 Categoría: Casa de Empeños Comentarios: 0
Gracias Dios por permitirme vivir (sobrevivir es la palabra justa) en unos años muy duros. Años de cercanía con el abismo, caminando en solitario, imaginando el desastre, mientras algunos intentaron (se deleitaron en ello, podría decirse) arrastrarme a lo profundo, con un rencor que nunca pude comprender.
 
Gracias Dios por darme la fuerza. Una fuerza que fue para soportar, no luchar, pues ni las manos pude meter. Fui (debo confesar) un púgil sin técnica, sin juego de pies, sin guardia arriba, pero que siguió erguido, resistiendo a puro corazón, tan sólo por no caer.
 
Aquí el vigor fue resistir a la quiebra, apartarse de la ruina, intentar no ceder.
 
Gracias Dios porque me sentí solo pero no tanto, pues nunca me dejaste por completo y quizás observabas atento, esperando que yo, uno de tantos, tuviera el acierto de seguir caminando.
 
Gracias Dios que me dejaste ver que algunos, que pensé me estimaban, en realidad aguardaban atentos mi caída. Sin este periodo cruel, insisto, de cuatro años o quizás cinco, seguiría pensando que esos algunos (y algunas) estaban de mi lado.
 
También debo dar gracias pues resurgieron otros amigos, que casi ni recordaba, que tenía situados en un nivel abajo en ésa mi absurda clasificación de los afectos, que me renovaron su amistad en momentos precisos. Uno de ellos, en un momento terrible, llegó a mi casa en la noche, de sorpresa, y me dijo: “hermano, ¿qué necesitas?”
 
Eso es invaluable y va más allá de lo que pude esperar. Ojalá pueda retribuir un poco a él y a los demás, de lo mucho que me dieron en esos días tan difíciles. Gracias Dios, entonces, por ayudarme a discernir con claridad entre el afecto real y las sonoras palmadas.
 
Gracias Dios, también, porque descubrí que a veces quienes dicen quererte, incluso amarte, son quienes más pueden dañarte y es mejor tomar distancia.
 
Gracias Dios por darme un camino y dejarme creer en él, cuando incluso personas cercanas me exigían más allá de mis fuerzas, me señalaban más allá de mi capacidad, me arrojaban más allá del peso permitido, como si yo fuera el culpable de lo que pasaba.
 
Gracias Dios porque descubrí que mi madre y mi hermana nunca me dejan solo, ni en la peor circunstancia.
 
Gracias también porque me acordé tanto de mi padre, cuando casi me rendía, y su recuerdo me alentaba.
 
Gracias Dios pues no fallé en el momento decisivo, me mantuve íntegro, aguanté hasta el final, estuve allí hasta el último suspiro.
 
Gracias Dios porque me enviaste a alguien que me trasmitió un mensaje en tu nombre, siendo que yo, tan sordo, no podía escucharlo de ti mismo.
 
Gracias Dios pues conocí gente de fe que contagia con su aliento.
 
Gracias Dios porque también supe de seres que al querer ayudar en realidad afectan, diciendo esto o lo otro, hablando de magia y remedios, levantando falsas expectativas, cuando en realidad son cosas vanas, pues sólo lo que tú dices es lo que vale la pena.
 
Gracias Dios porque me levantaste de las sombras y me diste un nuevo propósito.
 
Gracias Dios porque me mantuviste con vida para cuidar de mis hijas y seguir haciendo algo por los demás, que es mi vocación profunda.
 
Gracias Dios pues trabajé con un gobernador que me ayudó a cumplir mis tareas sin dejar de hacer todo lo demás.
 
Gracias Dios porque aquí sigo.
 
Gracias Dios por lo que quieras hacer de mí, hoy y en lo sucesivo.
 
Gracias Dios porque mantengo mi alegría, a pesar de todo.
 
Gracias Dios porque no soy parte de los ingratos, de los oscuros, de los amargados, de los absurdos, ni de los vencidos.
 
Gracias Dios porque alcancé algunos éxitos, pues algo es algo y esos pequeños avances lo fueron a pesar de todo.
 
Gracias Dios, en suma, por todo esto y por lo que vendrá.
 
Espero estar a la altura de lo que decidas.
 
Gracias otra vez.
 
Amén.
Compartir en

Deja tu comentario